martes, 28 de agosto de 2007

De mudanza

Desde hace un par de días he pasado a engrosar la lista de firmantes anónimos que dejan sus sueños y pensamientos en callemelancolia. Recibí la invitación de alguien a quien admiro y respeto y no supe negarme a tal oferta.
Allí escribo con seudónimo y reservo para semejante lugar las palabras y pensamientos más aterciopelados y sentidos. Mis nuevos vecinos se lo merecen.

Desde el otro lado de la calle, asomada a mi balcón agito mi mano.


http://www.callemelancolia.com/

martes, 21 de agosto de 2007

Buscando la felicidad

Para todos aquellos que, de una u otra manera, me hacéis feliz día tras día...



En cierta ocasión se reunieron todos los dioses y decidieron crear al hombre y la mujer; planearon hacerlo a su imagen y semejanza, entonces uno de ellos dijo: esperen, si los vamos a hacer a nuestra imagen y semejanza, van a tener un cuerpo igual al nuestro, fuerza e inteligencia igual a la nuestra, debemos pensar en algo que los diferencie de nosotros, de no ser así, estaríamos creando nuevos dioses.







Debemos quitarles algo, pero, Qué les quitamos? Después de mucho pensar uno de ellos dijo: !ya sé!, vamos a quitarles la felicidad, pero el problema va a ser dónde esconderla para que no la encuentren jamás.



Propuso el primero: Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo; a lo que inmediatamente repuso otro: no, recuerda que les dimos fuerza, alguna vez alguien subirá, y la encontrará, y si la encuentra uno, ya todos sabrán donde esta.








Luego propuso otro: Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar, y otro contestó: no, recuerda que les dimos inteligencia, alguna vez alguien construirá una nave por la que pueda bajar, y entonces la encontrará.







Uno más dijo: Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra. Y le dijeron: No, recuerda que les dimos inteligencia, y un día alguien construirá una nave en la que pueda viajar a otros planetas y la descubrirá, y entonces todos tendrán felicidad y serán iguales a nosotros.




El último de ellos, era un Dios que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás dioses, analizó en silencio cada una de ellas y entonces rompió el silencio y dijo: creo saber dónde ponerla para que realmente nunca la encuentren.










Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono: ¿Dónde? La esconderemos dentro de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la encontrarán.



Todos estuvieron de acuerdo, y desde entonces ha sido así, el hombre se pasa la vida buscando la felicidad sin saber que la trae consigo.

Los cuentos que yo cuento acaban fatal

Esta misma mañana me han propuesto un reto. Un amigo me ha retado a participar en un concurso literario cuyo premio asciende a la bonita y apetecible cantidad de 100.000 euros, así tan redonditos. Hasta ahí todo sería estupendo si no fuera porque el plazo finaliza el 15 de octubre, tiene que tener mínimo 40 folios y ha de ser un cuento infantil.

Mi amigo me ha dicho que para que no me agobie con el tema del plazo de entrega y ese pedazo de premio, lo que tengo que hacer es no pensar en ello, sino pensar que voy a escribir un cuento que pueda leer algún dia a mis hijos. Y yo, que aún no me había planteado si se me ha despertado ya el instinto maternal o aún le quedan un par de horas de sueño, me he visto de repente como en una película a cámara lenta, cambiando pañales y dando biberones.

Voy a apartar al menos de momento esa imagen de mi cabeza, pero que quede constancia de que me voy a poner a escribir cuentos hasta que salga uno medianamente decente y que merezca esos 100.000.
Sergio, acepto el reto y subo la apuesta: nos jugamos también una cena? Que sea en un libanés, y ya puestos a soñar, que el libanés sea de verdad y de paso hacemos turismo. Que se prepare la Rowling esa del Harry Potter porque ahí voy.

Por cierto, si por un casual resultara agraciada con esa propinilla, todos los que me llamen para felicitarme estarán invitados a una cervecita... pero tendrá que esperar a que me gaste parte del premio en un viaje; y el destino está claro: Tenerife.
Prometo colgar por aqui el primer capítulo; para leerlo entero ¡a comprar libros todos!

viernes, 17 de agosto de 2007

Las bicicletas son para el verano


Al menos para los veranos de pueblo.

Y a mí me encanta mi pueblo.

Desde que era un bebé he pasado largas temporadas en el pueblo. Tal vez gracias al hecho de que mi padre sea de pueblo... El caso es que todos los veranos los recuerdo divididos; mitad en la playa y mitad en el pueblo.

Cuando era niña no recuerdo haber tenido grandes amistades entre los chiquillos del pueblo; de hecho, no recuerdo haber tenido grandes amistades en ningún sitio hasta hace unos años. No recuerdo correr por las calles con "los rapaces", ni bañarme en el río con ellos, pero sí recuerdo verles pasar desde lejos, oir sus risas al chapotear en el agua. Después llegó mi hermano, y ya tenía entretenimiento; y luego todos mis primos, que llegaron uno detrás de otro. Fue entonces cuando empecé a salir por el pueblo con todos los chicos. Digo chicos porque en el pueblo sólo había otras 3 chicas, pero nunca quisieron saber nada de mí, así que yo me lo pasaba en grande intentando ser como ellos; si habia que tirarse en bicicleta por la cuesta del cementerio yo era la primera en hacerlo, y también la primera en dejar las rodillas y los codos en el asfalto o en cualquier camino de tierra, o en saltar desde un manzano al río, o en jugar a fútbol en una pista de cemento con las consecuentes magulladuras, pero sin quejarse ni una sola vez con tal de no oir el famoso "cobarde, gallina, capitán de las sardinas".

Me gusta mi pueblo porque aquí es donde vengo siempre que necesito descansar.
Me gusta porque seguimos siendo una pandilla de "rapaces" muy diferente, muy variada. Porque en los pueblos no hay distinciones de edad y puedes pasar toda una tarde con gente de 18 o de 35; porque en los pueblos son los mayores los que te enseñan dónde están los mejores nidos para ir a robar huevos, dónde están las mejores pistas para ir a hacer el cafre con la bici, dónde están los pozos más profundos del río para poder tirarte de cabeza... También son los mayores los que te dan la primera cerveza, el primer trago de vino, el primer cigarro, el primer canuto. Y también de los mayores recibes las primeras collejas, los primeros caponazos, las primeras broncas, el primer gran enfado que se arregla con un apretón de manos al día siguiente. Los mayores te hacen pensar en las chicas (en mi caso aprendí por contraste) y en lo que esconden bajo la falda. Es en los pueblos donde cada metedura de pata se recuerda durante años como anecdota con la que reir y no como lastre vitalicio. En los pueblos los apodos y motes te acompañan hasta el final y aunque sufran variaciones a lo largo de la historia, a mi se me sigue conociendo como "La de Manolín, el de Centeno" -no deja de resultarme extraño ser de las pocas que no tienen apodo, al menos conocido-.

Hace unos días leí en
http://www.1000horas.com/ un post que me hizo pensar en todos esos detalles que sólo se dan en los pueblos, o para no faltar a la verdad, fue un comentario en ese post lo que me hizo recordarlos. Resulta divertido saber que las chiquilladas siguen siendo las mismas año tras año, generación tras generación. Resulta divertido pensar que las cosas pueden arreglarse en los pueblos en la barra del bar delante de un vino o en una partida de subasta.

Son divertidas las verbenas, con sus pasodobles y jotas, con el cha-ca-chá del tren. Resulta agradable llegar al bar y que sepan cómo me gusta el café, sin necesidad de pedirlo. Resulta relajante dar un paseo en bici, porque las bicicletas son para el verano.

jueves, 9 de agosto de 2007

Morriña

Ahora sí, llegó el final. Se acabó la estancia en Coruña y todo lo que eso significa, es decir, las gaviotas, la torre de Hércules, la plaza de Pontevedra, Monte Alto, la calle Orzán, la Repichoca, las tardes al sol en Riazor, las excursiones de fin de semana, el mar...

Creo que por lo que más voy a sentir irme de aquí es por la playa y el mar. Por alguna extraña razón siento una especie de atracción fatal hacia el mar, al menos desde que tengo uso de razón. Siempre me ha gustado contemplar su grandeza, su azul verdoso, escuchar las olas rompiendo en la orilla, sentir cómo la arena se escapa entre los dedos... Las primeras vacaciones que recuerdo ya tenían mar; tal vez por eso lo asocio a estío, a levantarse tarde y acostarse más tarde aún, a tardes de playa y noches de terraza. Recuerdo que, junto a mi prima Lorena, el mayor anhelo era que el día amaneciera despejado; recuerdo despertar y correr a subir la persiana para ver cuánto brillaba el sol porque eso significaba un día más de playa; recuerdo recorrer junto a mi tía y mi madre los mercadillos de la zona en busca de una ganga que poder estrenar por la noche, ya fueran toallas o camisetas, bolsos o bañadores; recuerdo las nécoras que siempre servían de entrante a la comida; recuerdo meternos en el coche para bajar a la playa cargados con sombrilla, toallas, esterillas, crema solar, cubos, palas, flotadores, sillas, la bolsa nevera, el walkman (aun no había discman, y si lo había, no lo conocíamos), etc; recuerdo que Lorena y yo contábamos las horas que nos faltaban de religiosa digestión para saltar de la toalla y pasar horas y horas a remojo, tantas horas que el arañazo que me hice jugando con las palas en casa se convirtió al día siguiente en una cicatriz que aún conservo en la pierna izquierda gracias a que me pasé toda la tarde en remojo (y las siguientes 4 tardes, que mi madre sólo me dejaba darme baños regulares cada hora de exactamente 5 minutos para no abrir más la herida); recuerdo que éramos incansables, que el único aburrimiento era ver llover, que no había agobios, estrés ni preocupaciones; que mirábamos asombradas a nuestras respectivas madres y pensábamos cómo rayos eran capaces de aguantar boca arriba en la toalla tanto rato sin fruncir el ceño; que conseguir pasar del bañador de niña al bikini de aros era muestra de que ya éramos "mayores"; que el mejor trofeo era llegar a casa y ver delante del espejo las marcas del sol en la espalda, y eso lo conseguíamos colocando los tirantes en el mismo lugar un día tras otro, para que así el blanco siempre fuera blanco y contrastara con la piel bronceada; que la merienda consistía en un bocadillo, una pieza de fruta, un helado, un refresco y media botella de agua de mi padre y sin embargo no engordábamos; que las noches pasaban en una terraza degustando helados y batidos hasta que conseguimos probar todos los que aparecían en la carta; que las tardes que llovía el entretenimiento consistía en jugar al mus en unas partidas que siempre ganábamos mi padre y yo porque Lorena se comía las ciruelas que nos servían de amarracos y mi madre perdía a cuenta; que el chico más guapo en nuestras vidas y con el que juramos en secreto casarnos algún día llevaba un bañador rojo y nunca supimos cómo se llamaba, tan sólo que tendría unos 10 años más que nosotras pero era increiblemente guapo; que los amigos del verano anterior volvían a aparecer un año más en el mismo punto de la playa para continuar las conversaciones en el mismo sitio donde las habíamos dejado, aunque un año más mayores, pero iguales en el fondo; recuerdo la pena que daba saber que se acababa el mes y tocaba volver a casa... recuerdo tantas cosas cerca del mar...

Hoy las cosas son un poco diferentes, sobre todo porque este verano la playa la he disfrutado a solas; en primer lugar por eso, por la soledad, llegar a la playa, extender mi toalla y cerrar los ojos escuchando el ruido del mar; en segundo lugar porque los baños han sido más breves pero las tardes con los pies en remojo paseando de punta a punta han ganado terreno a los concursos de inmersión con Lorena; en tercer lugar, porque me he dado cuenta de que me estoy haciendo mayor, puesto que soy capaz de aguantar más de una hora al sol boca arriba como hacían mi madre y mi tía; en cuarto lugar porque esta vez no ha habido meriendas, ni carreras interminables; en quinto lugar porque me acordé de los infernales paseos por la arena a los que mi hermano y yo estábamos condenados debido a nuestros pies planos y la feliz recomendación del médico de caminar descalzos sobre arena o césped media hora al día, tortura a la que mi madre nos sometía día tras día y que este verano se me ha hecho menos tediosa que entonces, tal vez también porque me hago mayor, o porque entiendo cosas que entonces no entendía, o porque realmente la opción de pasear no es tan mala idea al fin y al cabo.

Por todas esas razones y alguna más el mar significa para mí un montón de cosas; me da paz, me da energía, me da tiempo y espacio para pensar, me alegra. Sólo el hecho de saber que está cerca hace que me sienta bien, y poder observarlo me anestesia casi hasta el borde de la inconsciencia y me transporta a un mundo que no se muy bien donde está ni por donde se va, pero en el que me siento feliz.

Esta mañana hablaba de esto mismo con un amigo al que envidio por vivir en medio del paraíso, y me resultó grato saber que no soy la única que aprecia el silencio ruidoso de una playa, o del romper de las olas contra las rocas detrás del auditorio, o de lo rico que está el café con una pizca de canela, o de lo bien que nos lo pasaríamos pinchando música en un bar mano a mano, del significado de nuestros tattoos, de las nuevas entradas en los blogs, de un viaje a la península y otro a las islas... y todo acompañado por supuesto de la mejor música, las 1001canciones que hay que escuchar; las 1001peliculas que hay que ver antes de morir; los 1001sitios que visitar; las 1001cosas que decir; las 1001palabras que pronunciar; 1001silencios que romper; 1001secretos que guardar; 1000horas + 1 que compartir; 1001historias que contar; 1001coincidencias por descubrir; 1001libros que leer...



Aún no sé cómo viniste a dar con este rincón, pero lo que sí sé es que el tuyo ya ocupa un lugar privilegiado en esta página, no sólo por lo evidente de los guiños. Me llevas ventaja... pero es que eres más grande, y más viejo.

martes, 7 de agosto de 2007

El final del verano... (para mí)

Aunque sólo estamos a 7 de agosto, mi verano llega a su fín. O al menos al final de las vacaciones. Bueno, para ser sincera, sólo se acaban los días de playa en Coruña porque el verano no termina hasta el 5 de septiembre, día que tengo qe volver a Turismo para examinar a mis chicos. No es que yo sea mala, que sólo han suspendido 4; es que no se lo curraron lo suficiente, y eso que era muuuuuuy fácil aprobar mi asignatura.


El caso es que estoy ahora mismo rodeada de maletas a medio hacer, ropa y zapatos por doblar y empaquetar y metrallas varias de esas que vamos acumulando aún sin querer y con las que nunca se sabe que hacer. Y por si eso no era suficiente, también se acumulan las maletas de "fin de semana" de Carol y Laurita (que tras muchas aventuras con el avión consiguieron llegar a Coruña sanas y salvas aunque con más de 3 horas de retraso). Nótense las comillas de "fin de semana" porque acabo de descubrir que mis amigas son como una Barbie con todos sus complementos. Yo pienso que el famoso problema que hubo en el avión por el equipaje lo provocaron ellas, que traen cada una unos 40 kilos de ropa y zapatos. El primer indicio que me hizo pensar que mis amigas son un kit completo de "diseña tu moda" fue ver con sorpresa cómo Carolina sacaba hasta 6 pares de sandalias de su maleta. "Pero Carol, dónde vas sin calzado?" "Jo, Ana, para que me combinen con todo! Mira, estas negras sin tacón para ir a patear la ciudad, estas para bajar a la playa, estas por si llueve, estas que me van con el bolso marrón, estas para..." Pero Laurita no se quedó atrás; mi sorpresa fue ver cómo sacaba de su maleta una mini azul, que combinó con una camisetita gris, a juego con una chaquetita gris, unas manoletinas rojas, un cinturón rojo, y un bolso rojo. No lo pude evitar, tuve que decirle "Laura, me encantas, eres como una Barbie con todos tus complementos". La pena es que no queda testimonio gráfico del momento.


En cualquier caso, hay fotos para aburrir, y todas tienen su historia, así que no se si dedicarme a postearlas todas y comentarlas o hacer una selección de las mejores... Mientras lo pienso, aquí va un adelanto.



sábado, 4 de agosto de 2007

Lo que faltaba

Hacía ya muchos días que no pasaba por aquí para dejar testimonio de lo que va sucediendo a mi alrededor. Aunque para ser sincera tengo que decir que no lo hacía por falta de temas que comentar; sin embargo eso ha cambiado. En realidad, para contar a última, debería empezar por el principio, es decir, por el final de las clases y el comienzo del verano.


El día 5 de junio examiné a mis chicos de Turismo y me pegué la gran paliza para corregir todos sus exámenes y sacar sus notas en un tiempo record. El caso es que hicimos un trato y mis chicos no lo cumplieron; el trato era que yo les enseñaba sus exámenes antes de la fecha de la revisión y ellos no reclamaban en la revisión. Pero no cumplieron; el dia de la revisión, allí tenía a dos de mis alumnas pidiendo ver su examen. En cualquier caso, yo estaba deseando salir de León, porque me esperaba una nueva aventura en Coruña. Ya tenía trabajo, y casi tenía ya piso. Sólo tuve que buscar un par de días y mi compañero de trabajo Xurxo dijo que tenía una habitación vacía para mí. Así que cargué mis maletas y me asenté en mi nueva casa. La primera impresión fué un poco chocante; un piso increiblemente grande pero increiblemente descuidado. Mi habitación era grande, con el suelo cubierto de moqueta (pensé que eso ya sólo se llevaba en las películas mudas y en UK) al final del pasillo. Descubrí con alegría que había dos baños, así que me autoadjudiqué uno de ellos y empecé a marcar el territorio, dejando el cepillo de dientes y un par de toallas.

Todo parecía funcionar a las mil maravillas; Xurxo es un gran tío con un sentido del humor muy ácido y con un montón de amigos que tiene llaves de casa para poder entrar y salir a cualquier hora, y Aida (su no-novia) es la alegría de la huerta.

La primera dificultad que se me presentó fué descubrir que el inodoro estaba atascado. Eso no habría tenido mayor importancia si no fuera porque una tarde, al volver de la playa, me encontré el pasillo inundado. Cómo me acordé entonces de mi intención de hacerme fontanera, como decía en uno de mis post...! El caso es que con un poco de paciencia y la fregona conseguí deshacerme del agua del pasillo, y después de colocar el cartel de "estropeado" en la tapa me armé de valor y vencí los miedos y temores que me acechaban y atravesé la primera puerta del baño de Xurxo mirando al frente y pensando que mis riñones no podrían aguantar mucho tiempo más antes de explotar; segundo reto: conseguir mear en esa letrina. Haciendo equilibrio y lo más lejos posible de todo contacto físico directo en el señor roca conseguí vaciar mi vejiga. Una vez vencidos mis temores iniciales, y con una buana pasada de lejía, utilizar ese segundo baño fue prueba superada.


La segunda pequeña gran aventura fue el momento pánico que duró sólo un par de minutos tras descubrir que me había quedado encerrada en mi propia habitación. Si, como suena. Ya se que habrá risas y cachondeo, pero fue cierto (aunque aún no se lo había confesado a nadie hasta ahora). Para entender ese incidente, debería decir antes que la mitad de las puertas de esta casa están "aseguradas" con un trozo de cinta aislante y sin pomo, lo que significa que tener un mínimo de intimidad resulta cuando menos complicado. El caso es que cerré mi puerta tras salir de la ducha para poder vestirme y cuando quise salir descubrí que la puerta estaba cerrada y era imposible girar el pomo. "Mierda" pensé, "para una puta puerta con pomo que hay en toda la casa, va el muy perro y se cierra". Para más inri, Xurxo acababa de irse de casa... Mientras me descojonaba yo sola en mi cuarto tratando de buscar la forma de abrir la puerta (situación al más puro estilo Almodovar) pensé que ya no podía pasar nada más. En un intento que creí inútil intenté girar nuevamente el pomo y para mi sorpresa la puerta se abrió.


Hoy, mientras recogía la cocina y trataba de adecentar un poco el piso para recibir a Caracolina y Laurita que vienen a visitarme esta tarde, de dió por limpiar el baño. ¡En qué hora! Por si no tenía bastante, en un alarde de valentía la ducha se me rebeló y decidió lanzarme el grifo del agua fría y un chorro infinito de agua, también fría por supuesto, a la cara. Así que cuando me recuperé del susto inicial, mi primera reacción fue intentar detener la fuga con las manos (siempre me pareció estúpido en las películas, pero lo es mucho más si intentas hacerlo en realidad); después, mientras me calaba hasta los huesos, buscaba con la mirada la llave de paso del agua del baño. Misión imposible; no hay llaves de paso. Aunque eso no lo supe hasta que saqué a Xurxo de la cama. Mientras el chorro de agua era refrenado con la mampara yo me dediqué a buscarlas en vano por toda la casa. Al final me rendí a la evidencia y decidí cerrar la general. Es decir, estoy en casa sin agua, con una fuga en el baño, es sábado y en 7 horas llegan Carolina y Laurita, y aunque parezca increible, lo que más me preocupa no es cuánto pueda cobrar el fontanero 24 horas al que estoy esperando sino cuál será la próxima aventura que me espera en los 6 días que me quedan en Coruña...

Alves, espero que esto cubra tus espectativas, pero al menos como vuelta al blog después del verano no ha estado mal, no?