viernes, 9 de abril de 2010

PROSPERIDAD

Acabo de cumplir los 30.


El hecho en sí no ha supuesto un gran cambio en mí, o al menos eso creo. Quiero decir que, a medida que me acercaba a ellos, pensaba que sería más traumático, por aquello de pasar de los veinte a los treinta. Con esa edad se supone que tienes que empezar a asentar la cabeza, a hacer planes a largo plazo, a firmar una hipoteca, a pasar por el registro civil –o mercantil- y crear una sociedad mancomunada, engordar la panza con un futuro jugador de fútbol o una futura princesa, o ambos… se supone que tienes que empezar a pensar en todo aquello que hasta hace no mucho te parecían “cosas de mayores”; los tipos de interés, la bolsa, las zonas residenciales, los contratos indefinidos.


Como decía, no ha sido tan traumático como pensaba. Arrastraba los 29 con más pena que gloria y, faltando a mi máxima de que los años impares son mejores que los pares, la Nochevieja (o mejor dicho, el Año Nuevo) trajo consigo la entrada de un frente frío por el noroeste que dejaría nieve, hielo, agua y vientos de cambio. Los locos años 20 dejaban paso a unos extraños 30, plagados de incertidumbre, vueltas al redil y con sólo un agujero en cada bolsillo. Por suerte, y como es sabido, cuando una puerta se cierra, se abre una ventana. Mis días de tranquilo transcurrir de vueltas de reloj resultaron tornarse ajetreo y bullicio. Las comodidades de lo bueno conocido se volvieron hervidero de entradas, salidas, noches veladas ahumadas con cigarros ajenos y música de fondo, idas y venidas, subidas y bajadas, sobre todo bajadas. No resultaba ni atractivo ni fácil retomar costumbres arrinconadas en algún pliegue de la memoria que podrían resumirse en una sola: allá donde fueres, haz lo que vieres. Tras la aparente calma chicha, tormentas nocturnas sólo apaciguadas por la verosímil excusa de la formación. Creíble…. Y ¡necesaria! No existe peor soledad que la que se siente cuando uno tiene a su alrededor a varios cientos de personas, almas errantes que se cruzan, se saludan, se miran recelosas, se tropiezan, se esquivan.


Un cúmulo de despropósitos amenazaba con arrastrarme mar adentro. Por suerte, no sé si sería la del principiante, el buen samaritano me reconvirtió en hija pródiga, y cual Lázaro, descubrí que no estaba muerta, sino dormida (hoy casi sería más apropiado cantar que no estaba muerta, que estaba de parranda). Perra del desierto, asomé la cabeza por entre los agujeros que dejaban pasar la luz del sol y vi el mundo a nivel 0. De ahí a sobrevivir a base de café, volverme pájaro de vuelo nocturno y pensar en aprovechar el tiempo venidero –el pasado ya no hay quien lo haga regresar- sólo cinco letras (prima). Repartimos la carga, para caminar más ligero. Hoy me atraso, los pies del peregrino están sembrados de ampollas y durezas; mañana tomo la delantera, el descanso del guerrero se agradece. Noches alegres, mañanas tristes.


-Sólo¿?
-¡¿Qué más quieres?!
-Sólo¿?



Acabo de cumplir los 30.


Esperaba sentirme más mayor, más madura, más seria, más responsable, pero lo cierto es que me siento como si tuviera veintitodos. Ícaro inconsciente, reconduzco mis pasos en busca de una patria mientras, cual Penélope, tejo de día y deshago de noche. Una relativa responsabilidad neo-adquirida amparada en la falsa seguridad que proporciona el estatus de indefinido me asalta de cuando en cuando, poniendo ante mis ojos pero por el lado del revés un garabato en un papel con casi tantas lecturas como lectores. Peter Pan voló con Campanilla, aunque de vez en cuando reaparecen desordenando todo cuanto encuentran a su paso y, como Aníbal y sus elefantes, arrasan cuanto pueda haber brotado. Luego llegó Wendy… Pero el de las calzas verdes va dejando paso a un síndrome nidal que, en contra de lo que cabría esperar, no se manifiesta en orden y aseo –Diógenes aún no ha tocado a la puerta-, sino en vacío. Cenicienta sigue fregando y planchando, y sufre síndrome de Münchhausen, rompiendo todo lo que toca, ya sean bailarinas de porcelana o el asado del domingo. ¡Maldito Tourette!


Acabo de cumplir los 30.


Estoy a dieta -¿la del engorde?-, la operación trikini en marcha, fumo por poderes, sufro en/l silencio cuando me dicen que es mejor no preguntar, me esquivan respuestas, me lloran miedos, me regalan sonrisas envenenadas, rosas con espinas, mis faldas son escasas, pero largas, bebo las fiestas de guardar, guardo un manojo de llaves en el bolso, me caigo cada tres pasos, tomo demasiado café, me escudo en perlas amontonadas pseudofluorescentes, el príncipe azul salió rana, los caballos blancos son sólo narcos de primera comunión, los castillos sólo duran un par de segundos en el aire y están hechos de naipes de baraja francesa, el sol sale por el este y se pone por la ventana del cuarto de baño, tengo cardenales en las rodillas, regalo de labrador, barcos en dique seco y un lápiz sin mina. Aún me da más miedo despegar que aterrizar, me descomponen las situaciones desconocidas, me flaquean las fuerzas cuando descubro una muesca más en el espejo, dejé de jugar a la ruleta rusa y ya ni siquiera tiro al aire balas de fogueo, la báscula me atormenta día sí día también, me castigo con chocolate al 90%, sueño despierta, me enfundo vestidos que jamás compraré, calzo tacones que me machacan los juanetes, sigo sintiéndome más cómoda en vaqueros y zapato plano, el callo de bic va desapareciendo a la par que se me desdibujan las huellas sobre las mayúsculas, debería usar más las gafas y menos la calefacción, dejé encendida la luz cuando el apagón, la nevera está 5 grados más alta de lo que aconsejan los envases de los yogures, no cierro el gas cuando me voy a dormir, miento cuando por la noche, en algún rincón en penumbra, me preguntan nombre y edad, el buzón apellida expósito, me duermo en cualquier sofá que me abrace, acopio rayos de sol perezosos, planeo viajes que nunca haré, la gasolina ha vuelto a subir.



Acabo de cumplir los 30.


El emperador aún no ha decidido si su pulgar mirará arriba o abajo. En la arena, el gladiador se juega la suerte con las manos vacías.


Estoy esperando los leones de los 31.

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lunes, 5 de abril de 2010

SOL



[ ‘El sol no se ha puesto aún por última vez…
(Tito Livio;
59 a. C.17 d. C.) Gracias abuelo… ]





En todos los pueblos del mundo concretan sus citas en lugares muy especiales. La plaza del pueblo suele ser centro de paso de viandantes y usuarios de transportes públicos varios, ya sea un bar, el ayuntamiento, la iglesia, la plaza de abastos, el sitio donde ponen el mercadillo o la verbena, la compañía de una refrescante fuente donde se llenan cántaros, milagrosas cantimploras para peregrinos, reservas por si al ayuntamiento de turno le da por cortar el agua en verano, o la simple compañía de sentada de jubilado en disfrute de su mañana; un marco de fondo para paralizar momentos en una imagen, un sitio por el que probablemente pasarás, sin más, si vas…



La plaza de mi pueblo inspira mentes; hace que su tránsito sea comentado; hace que cada fin de año me sienta agradecido porque alguien celebrará seguro allí el fin de un buen comienzo, o el buen comienzo de un fin… Si sólo pasó, él se lo perdió… Si me preguntas por Madrid y su plaza… Lo siento, te tengo que decir…





Allí el sol siempre sale, comentarios se cruzan, ideas cambian de cabeza y se comparten, amaneceres se aseguran… Si buscas algo lo encuentras… o si no… preguntas; alguien puede que lo sepa, que se lo hayan dicho, que haya estado… Miles de historias de miles de pasantes sobre bares, cafés y tertulias, baratos hostales, pensiones de mala muerte o tascas que te agradecen el haber pasado, tiendas con sus últimas ofertas, tiempos de rebajas, conversaciones íntimas, en cada rincón, en cada lado…



La monotonía de paso por allí te enseña que en las plazas hay atajos, que en el metro se puede evitar a la marabunta de cuerpos rendidos al ritmo de la prisa, todos al mismo, el que tú no llevas… Que puedes ir al contrario… salir por donde entran los metrovegantes del túnel negando los carteles que te indican la salida… y descubrir que es camino más corto a contracorriente, más despejado… Disfrutas del olor a gofre todas la mañanas, a palomitas que te dicen ven si te descuidas, a café que huele mejor que sabe… Escuchas canciones dichas por voces castigadas que en el exterior tapa una manta, ‘top’ para Madrid, que nos hace cantar bajo tierra, también las oyes por los vagones entre parada y parada; en los pasillos todo cambia, llegas allí y el sol ya está en tu espalda...En el andén, el desgaste de las líneas pintadas son las huellas del metropolitano, marcas de multitud de zapatos que estuvieron allí, que vivieron Madrid, que por ahí todos pasan... Huellas dejadas en raíles, huellas que llevan a la plaza…



Las tardes son más disfrutadas; si pasas por este lugar todos los días por necesidad laboral, no es extraño el momento en el que place un granizado en tu garganta, o relajarte, entretenerte con el limpiabotas que siempre aparece, que siempre estuvo, que siempre ameniza y amenaza con su labia… Café helado o helado de café… Cantidad de loteros y loterías varias que buscan pescar al que aún se ilusiona con el azar, con la suerte, con tener una pizca de eso que tienen los de las corbatas, esos que cuando están en apuros llaman al del escapulario de cuerpo integral que dice ‘compro oro’, para suavizar sus desgracias… Todo es negociable, todo para el que pasa… Las encuestas allí son numerosas, pero no necesitan demostrar que son igual de exactas… De las noches no digo nada, soy gato –de Madrid- de día y siendo pardo, la multitud me tapa… Si el Tío Pepe hablara…






-¿Sí…?
-Hola, soy Lorena, ¿dónde estás…?
-Saliendo de currar, acabo de entrar al metro, en Sol, ya pasé el billete…
-¿Qué tal te va…?
-Va… que no es poco… ¿qué tal tú…?
- Bien, como siempre… ¿Arreglaste todo para León…?
- Está todo prácticamente cerrado… Me iré un mes antes de lo previsto…
-¿Encontraste piso…?
-Sí, no fue difícil… Pero…
-¿Qué te pasa…?
-Lore… Tú que me conoces… ¿Crees que merece la pena…?
-Pero mira que eres ‘tochuco’… Mira a tu alrededor… Al sitio en el que estás, siempre podrás volver…
-Lo sé…
- ¿Me llamarás…?
- No lo sé…
-Al final, lo vas a hacer… ¿verdad…?
-Adiós…








Desde allí, puedes sentarte, puedes mirar, puedes hacer lo que te venga en gana… Escapar o llevarme contigo de escapada; nada te retendría, todas las direcciones podrán ser tomadas… Sólo tú, con derecho a elegir cuál es tu camino, vía, avenida, rincón o plaza… ¿Cuál sería tu destino…? Da igual… Me tendrás esperando el Sol en la siguiente parada…
(J. B. V.)


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