-¿Cómo te llamas?- le preguntó mientras se anudaba la
corbata deprisa.
Ella lo miró desde el bidet en el que se estaba lavando los
restos y el hastío de un amor fingido a 30€ la hora.
-¿De verdad quieres saberlo?- le preguntó con amargura.
-Bueno, acabo de pagarte, creo que merezco tu nombre y una
sonrisa- respondió en un intento fracasado de ser romántico en mitad de aquella
mentira.
Ella suspiró y con la mirada perdida en las baldosas del
cuarto de baño entornó los ojos.
-He sido Abigail, Celeste, Débora, Margarita, Jennifer,
Andrea, Flor, María, Esther… Ayer fui Ángela, hace un rato Verónica. Mañana
seré Eva…- arrastró la última frase.
-¿Entonces cómo quieres que te llame?- insistió él ya con la
puerta abierta y la gabardina colgando del brazo izquierdo.
El útero le dolía casi tanto como el alma.
-Me llamo Sara.
-Un placer haberte conocido, Sara- sonrío él haciendo una
especie de reverencia.
Ella le devolvió una sonrisa forzada mientras se ponía unas
bragas de algodón azules, y él salió cerrando la puerta tras él.
-Sara…- repitió con tristeza al tiempo que trataba de
encontrarse en la imagen que le devolvía el espejo.
Unos nudillos golpearon la puerta con tres toques rápidos
que la sacaron de su ensimismamiento. Se acercó a la puerta, fingió otra
sonrisa y abrió.
-Hola cariño, pasa, no te quedes en la puerta. ¿Cómo te
llamas, mi amor?- repitió el ritual de carrerilla y casi sin pensar.
-Hola, soy Carlos. ¿Y tú?- balbuceó él con el nerviosismo de
los no iniciados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario