lunes, 6 de junio de 2016

Casa de Campo


-¿Cómo te llamas?- le preguntó mientras se anudaba la corbata deprisa.
Ella lo miró desde el bidet en el que se estaba lavando los restos y el hastío de un amor fingido a 30€ la hora.
-¿De verdad quieres saberlo?- le preguntó con amargura.
-Bueno, acabo de pagarte, creo que merezco tu nombre y una sonrisa- respondió en un intento fracasado de ser romántico en mitad de aquella mentira.
Ella suspiró y con la mirada perdida en las baldosas del cuarto de baño entornó los ojos.
-He sido Abigail, Celeste, Débora, Margarita, Jennifer, Andrea, Flor, María, Esther… Ayer fui Ángela, hace un rato Verónica. Mañana seré Eva…- arrastró la última frase.
-¿Entonces cómo quieres que te llame?- insistió él ya con la puerta abierta y la gabardina colgando del brazo izquierdo.
El útero le dolía casi tanto como el alma.
-Me llamo Sara.
-Un placer haberte conocido, Sara- sonrío él haciendo una especie de reverencia.
Ella le devolvió una sonrisa forzada mientras se ponía unas bragas de algodón azules, y él salió cerrando la puerta tras él.
-Sara…- repitió con tristeza al tiempo que trataba de encontrarse en la imagen que le devolvía el espejo.
Unos nudillos golpearon la puerta con tres toques rápidos que la sacaron de su ensimismamiento. Se acercó a la puerta, fingió otra sonrisa y abrió.
-Hola cariño, pasa, no te quedes en la puerta. ¿Cómo te llamas, mi amor?- repitió el ritual de carrerilla y casi sin pensar.
-Hola, soy Carlos. ¿Y tú?- balbuceó él con el nerviosismo de los no iniciados.


-¿Yo?- dijo ella mientras le quitaba la camisa con desgana y con la vista perdida en el espejo- Yo soy Eva, siempre soy Eva.



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