viernes, 17 de junio de 2016

Ciudad de Los ángeles

Era una pelirroja peligrosa, de las que te miran un segundo y eres capaz de poner a su nombre el coche, las cuentas del banco y hasta tu alma, mientras ella mastica tu corazón sin piedad. Servía copas de jueves a martes en un bar de carretera de esos en los que se compran historias de amor por horas, y las mujeres tienen tantos nombres como amantes sean capaces de despachar antes del amanecer. Sus ojos verdes y su figura rotunda completaban un cuerpo hecho para pecar, en el que todos los habituales deseaban perderse al menos un par de veces por semana.

Con la sonrisa perenne y un escote en el que asomarse era mirar a los ojos al mismo demonio, se contoneaba al son de la música caribeña mientras preparaba gin-tonics con tanta liviandad que parecía una hoja mecida por el viento de otoño, y con cada golpe de cadera provocaba erecciones instantáneas y dolorosas a los asiduos.

Cualquiera que no conociera su historia, habría intentado comprar unas horas de su tiempo para gastarlas entre las sábanas. Pero los fieles de aquella parroquia en la que el único dios verdadero era el vicio desmedido, sabían de sobra que ella no se vendía y que era mejor mantener las manos alejadas de aquellas caderas de fuego. Los hombres iban a aquel agujero a dos kilómetros del fin del mundo para correrse en silencio dentro de los pantalones después de mirarla el tiempo que duran una copa o tres canciones. Subida en unos tacones 15 centímetros más altos que las puertas del infierno, paseaba su rotundo culo detrás de la barra mientras dos docenas de ojos la seguían cubriendo cada centímetro de su cuerpo con una capa imaginaria de saliva, semen y ron.

 -¿Otra copa?- preguntó bajando intencionadamente las pestañas despacio y mordiéndose el labio inferior. Desde el otro lado de la barra se oyeron varios gruñidos. Se agachó con el culo en pompa para alcanzar la cubitera y varias pollas estallaron automática y sigilosamente impregnando la cara interna de los calzoncillos y el ambiente de la sala.

Ella no era puta. Las putas entregan su cuerpo a cambio de un par de billetes de 20, y ella se lo había entregado a un amor verdadero que resultó ser un fracaso, y que le había dejado dos costillas astilladas, la nariz rota y una hija que pronto cumpliría 14. Ella no era mercenaria del amor de quita y pon.

 A punto de cumplir 36, tenía varios desengaños y dos puñados de palizas a la espalda regalo de un adicto a la coca que la había preñado cuando solo tenía 22 años y le prometió una vida de flores y bombones. La última tanda de golpes había llegado justo antes de meterse la última raya que pasaría por los pulmones de aquel desgraciado, que la dejó viuda, sin dinero, sin casa y con un bebé en camino. No recordaba si lo había matado por las palizas o porque lo pilló en aquel viejo camastro follándose a dos putas ucranianas tan puestas de mierda como él. Delante del juez alegó defensa propia y dos semanas después dio a luz a una niña. Hacia 14 años que no la veía, y estaba decidida a buscarla en cuanto la chiquilla cumpliera la mayoría de edad. Ya ni siquiera recordaba cuántos días y noches había pasado en aquel agujero mugriento.

 La puerta se abrió y el bar acogió en sus entrañas a un hombre de unos cuarenta y pocos, de aspecto limpio y ojos color miel. Tras el saludo ella le lanzó una sonrisa tan arrebatadora que el viajero sintió que acababa de marcarlo de por vida, como marcan los viejos cowboys a las reses, a fuego y sin anestesia. Le sirvió un whisky con naranja y apoyó los codos en la barra frente a él. Supo en seguida que estaba de paso, que el gps había perdido la señal en aquella carretera, que no tenía batería en su móvil y que se llamaba Adán.

 -Cariño, hoy es tu día de suerte- le dijo atusándose el pelo. – Yo soy Eva.


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viernes, 10 de junio de 2016

Delicias

Dicen que las mujeres tenemos el corazón dividido por tabiques de pladur en los que colgamos nuestros pecados organizados por orden alfabético. Dicen que en cada uno de esos huecos ponemos una cerradura que sólo se abre con la combinación secreta de nuestra alma y nuestros deseos. Y uno de esos huecos, el mayor de todos, es el que reservamos para las adicciones y la pasión pecaminosa. Un rincón ardiente que palpita y crece cuanto mayor sea el pecado a cometer…

Se soltó el pelo y con el mismo pasador se soltaron también las risas infinitas y las noches en vela. Él era la tentación con nombre y apellidos, y unos ojos verdes en los que era imposible hacer pie, y ella tenía toda la intención de no guardar las apariencias.  La mitad de ella que tenía las piernas más largas que recordaba haber visto jamás recorrió los pasos hasta la cama en la que se cometería el mayor de los pecados subida en unos tacones de vértigo, mientras a su paso iban cayendo al suelo de la habitación la blusa, la falda y toda la vergüenza que cabe en una copa de ginebra o cuatro de merlot.

La mitad de él que tenía la espalda tatuada se acomodó sobre el colchón y observó cómo aquella hembra de cuerpo rotundo y formas voluptuosas se acercaba a él mientras sus huellas dactilares se borraron al imaginar el contacto de su piel. El águila que dormía entre sus omóplatos abrió los ojos y clavó las garras en la almohada.
De pie en ropa interior ante él, parecía tan indefensa como una pantera a punto a abalanzarse sobre una presa moribunda. Él alargó la mano hasta encontrar el color de su ombligo y ella se mordió la lengua intentando disimular las ganas. Entre sus muslos se adivinaba un océano embravecido, y las bragas de encaje cayeron al suelo arrastrando en su caída todos los poemas de amor y los días de lluvia.

La mitad de él que palpita declinó el verbo pecar en acusativo, mientras la mitad de ella en la que las tormentas empiezan de madrugada se inclinó sobre la cama y sus pechos se balancearon como cerezas maduras bajo el sol de junio.
Asomado al borde de su sonrisa, escribió en cursiva sobre la silueta de sus pezones el argumento de una noche sin fin, y ella rió con acordes afinados al son de las aspas del ventilador. Se sumergió bajo una mata de pelo negro como la noche y ondulado como un mar en calma que olía a vainilla y a silencios.

Sus cuatro mitades se derritieron como cera caliente en el fragor de una batalla bajo las sábanas de algodón barato, en un hotel en el que el chirriar de los muelles se convirtió en mil y una bombas que les explotaron entre los dedos. Cuando las uñas de sus pies pintadas de rojo señalaron hacia el techo, mientras él se emborrachaba del sabor salado de sus embestidas, supieron ahogar la voz que les gritaba atravesada en la garganta que aquella sería la primera de muchas culpas que purgar. Cruzaron a la otra orilla de sus cuerpos y se dejaron llevar por el calor de su pequeña muerte. Sus ojos se encontraron a las afueras de la mala conciencia, y en el exterior de aquellas cuatro paredes cubiertas de papel pintado, la noche se deshizo en estrellas.

Cuando abrieron los ojos, él había recuperado sus huellas dactilares y ella cruzó las piernas sin pudor sobre el árbol de la vida y la muerte en forma de triángulo invertido que escondía un palmo más abajo de la marca de los dientes que él le había dejado un rato antes queriendo conservar durante unas horas o toda la eternidad el aroma dulzón del que se sabe pecador.
-         - ¿Vas a decirme ahora tu nombre?- le preguntó mientras el águila de su espalda soltaba la almohada y le clavaba las uñas en el ventrículo derecho.
-          - Sólo si me escribes una canción…- coqueteó ella. Se subió las bragas y la habitación se volvió oscura de repente.
Él sintió que moría un poco cuando ella se puso la blusa y se recogió el pelo en un moño alto que le devolvió la apariencia de mujer devota que tenía 2 horas antes en la barra del bar en el que sus ojos se encontraron por primera vez.
Ella saboreó otra vez la hiel de su boca y mientras se retocaba el carmín vio en el espejo el reflejo de una partida de ajedrez en la que su perversión marcaba jaque mate sobre el tablero de su conciencia, y el desenfreno ganó otra partida. Sin bajarse de sus tacones, se subió la falda y todo cuanto él podía ofrecerle desapareció en la sonrisa vertical que ella le regaló a horcajadas al borde de la cama. Él clavó las uñas en las caderas de aquella diosa de mármol blanco que se le ofrecía entera y vació su ansia en las costuras con que ella había remendado su existencia. Lamió con hambre el camino que se abría entre sus pechos y se dejó caer en la cama y en la negra inmensidad de los ojos de ella.

Ella recompuso deprisa su ropa y su deseo mientras volvía a mantener el equilibrio sobre una moqueta raída, testigo de encuentros furtivos y palabras de falso amor. Se bajó la falda y le lanzó las bragas a la cara. El látigo agrio de su ausencia chascó sobre su espalda y despertó al águila que dormía ajena. Él cogió las bragas y se las llevó a la nariz, y de pronto el mundo se paró a su alrededor. Aspiró profundamente el elixir de la traición consentida y se juró a si mismo que en adelante el sería el único que escribiera en braille entre los muslos generosos de ella.
-          - Estaré aquí el próximo jueves a la misma hora.- le escupió desde la cama aún con la respiración entrecortada y su piel bajo las uñas. El águila se sacudió y extendió las alas sobre el colchón empapado en sudor y lascivia.
Ella guiñó un ojo desde la puerta y el aire se hizo más denso por un instante. Se dio la vuelta y cerró de la puerta y la posibilidad de un nuevo asalto al tren del deseo le nubló la vista. Se colocó la blusa y aplacó las cenizas de un fuego abrasador que le mordía la entrepierna, y se fue meneando las caderas, llevándose con ella las ganas, la pena, su nombre y las llaves del coche.

Él pensó que no volvería a verla mientras se vestía frente a la ventana y la veía irse deprisa como si fuera a misa de 7. Ella supo mientras se santiguaba que acababa de recibir las llaves de las puertas del infierno. Arrancó el coche de alquiler y se fue sin mirar atrás, pisando a fondo el acelerador y saboreando aún el regusto agridulce de lo prohibido latiéndole en los labios… y en la boca.


Dicen que las mujeres reservamos un lugar especial en nuestro corazón para los pecados que aún no hemos cometido. Y cuando los cometemos, reservamos un lugar especial en la agenda, en el cajón de la ropa interior y en la ducha.


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lunes, 6 de junio de 2016

Casa de Campo


-¿Cómo te llamas?- le preguntó mientras se anudaba la corbata deprisa.
Ella lo miró desde el bidet en el que se estaba lavando los restos y el hastío de un amor fingido a 30€ la hora.
-¿De verdad quieres saberlo?- le preguntó con amargura.
-Bueno, acabo de pagarte, creo que merezco tu nombre y una sonrisa- respondió en un intento fracasado de ser romántico en mitad de aquella mentira.
Ella suspiró y con la mirada perdida en las baldosas del cuarto de baño entornó los ojos.
-He sido Abigail, Celeste, Débora, Margarita, Jennifer, Andrea, Flor, María, Esther… Ayer fui Ángela, hace un rato Verónica. Mañana seré Eva…- arrastró la última frase.
-¿Entonces cómo quieres que te llame?- insistió él ya con la puerta abierta y la gabardina colgando del brazo izquierdo.
El útero le dolía casi tanto como el alma.
-Me llamo Sara.
-Un placer haberte conocido, Sara- sonrío él haciendo una especie de reverencia.
Ella le devolvió una sonrisa forzada mientras se ponía unas bragas de algodón azules, y él salió cerrando la puerta tras él.
-Sara…- repitió con tristeza al tiempo que trataba de encontrarse en la imagen que le devolvía el espejo.
Unos nudillos golpearon la puerta con tres toques rápidos que la sacaron de su ensimismamiento. Se acercó a la puerta, fingió otra sonrisa y abrió.
-Hola cariño, pasa, no te quedes en la puerta. ¿Cómo te llamas, mi amor?- repitió el ritual de carrerilla y casi sin pensar.
-Hola, soy Carlos. ¿Y tú?- balbuceó él con el nerviosismo de los no iniciados.


-¿Yo?- dijo ella mientras le quitaba la camisa con desgana y con la vista perdida en el espejo- Yo soy Eva, siempre soy Eva.



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sábado, 24 de septiembre de 2011

ARGANZUELA - PLANETARIO

Curioso cómo, mientras damos la bienvenida al otoño, la otra mitad del globo se despide del invierno...

lunes, 12 de julio de 2010

NOVICIADO

…Voy a coger el metro!…Nooo!!!…Mejor voy andando y me gasto en pipas el dinero que papi me dio pa’l metro, jejeje…Salgo antes, con la comida y llego a tiempo al cine Montera para que papá, acomodador, coma. Estoy reencarnándome, para el amable lector, en 1950, a mis 10 añitos (ejem, ya sabes mi edad), en el Madrid chely de tó la vida.

¡¡Vente conmigo, te llevo a otra época de “los madriles”!! Es la línea 2 del Metro de Madrid, pero que pasa por la columna vertebral de la ciudad, San Bernardo, salida Noviciado. Ahí arriba, a la salida misma, junto al Cinema X…¡Eh, que no era sala de pelis “X”, lo que en aquel ‘régimen’ era inimaginable!...; un poco más allá la Universidad Central; enfrente, el Conservatorio de Música y Declamación, esquina a Pez, donde mi padre, hijo de maestro de aquellos de ‘pasas más hambre que un maestroescuela’, me matriculó e hice dos años de solfeo, por eso soy así de feo, y me compró un violín, para que hiciera curso de ese instrumento, combinándolo con lo que más abajo te cuento; y encima del bar de la esquina con la calle Noviciado…¿lo ves?...allá arribota, en la buhardilla, que aún pervive, ventana al tejado, nací yo…Teníamos un perrazo, que me llevaba todas las mañanas cabalgando…bueno, ‘perreando’ de la cama a la cocina a desayunar…y eso que dicen que los perros no aguantan nada encima!

El tío Alejandro, abogado, tuvo que ‘emigrar’ a México (ejem, otra vez el régimen) y nos dejó, a buen precio de alquiler, su casa del Rastrillo, subiendo de San Bernardo, por Espíritu Santo, pasando por el Cine Dos de Mayo,( el ‘Palacio las Pipas’, porque los que íbamos ‘arriba’ a ver las pelis, las comíamos y tirábamos las cáscaras al patio butacas, hasta que el acomodador pasaba con mirada asesina y amenaza de echarnos a la calle) hasta el ensanche, en el nº 26, esquina a la calle San Andrés y paralelo a la calle San Vicente (que desemboca en metro TRIBUNAL, Línea 1) , donde se ponía el Mercao Callejero, en el que la Tomasa gritaba: “PataTas de la pataterita, tomates de la tomaterita…¿quién compra?...¡Eeeeh, ese chico que no tiene padre! (Es que yo me había salido por los barrotes del balcón y me coloqué en el escurridero pá la lluvia, entre balcón y balcón, y tiré la pelo contra el toldo de la Tomasa. Mi madre horrorizada, no sabía qué hacer. Mi padre, con una política altamente pedagógica me convenció para entrar de nuevo, y ayyy!!!, puso alambres entre barrote y barrote para que no volviera a salir. Allí, a mis 7 añitos, nació Rosa mi hermanita, bautizada en San Ildefonso, plaza del mismo nombre, donde acababa el mercao. Aquel día, tras el bautizo volvíamos a casa por la Corredera de San Pablo, gritando: ¡Eche usté, padrino, no se lo gaste en vino…Eche, eche ,eche, no se lo gaste en leche!...¡Padrino cagao, si cojo al chiquillo, lo tiro al tejao! Y el padrino no tuvo más remedio que tirar “perras” (¡ojo! pal lector joven, que no son ‘canes’, sino monedas, de 5 y de 10, de la época).

Y de nuevo llegamos al Madrid de mis 9, 10. Ese año, tras mi Primaria…con el inolvidable Don Félix de Dire, lo que podría contarte de él, a quien debo mi primera formación escolar en la Escuela de la Calle La Palma, bajando por Santa Lucía, junto a la Iglesia de los Santos Justo y Pastor, Maravillas (vete anotando lo que va ya de santoral para entender mi futuro y mi presente, que debo a la estación de Metro y Barrio que nos ocupa), detrás “la Plaza el Dosde”, donde yo jugaba, frente al monumento a los héroes Daoiz y Velarde, ante el arco de la Puerta de Monteleón, que dan nombre a tres calles (en Daoiz, convergente con San Bernardo, estaba el Insti Femenino, donde íbamos a silbar y ligar con las tías) que con la del Teniente Ruiz y la de la heroína Manuela Malasaña,(que desemboca en metro BILBAO, línea 1) configuran la zona…llegué a las puertas del Bachiller, y mi padre me dice: ¡Jose, te voy a matricular en los Maristas de Fuencarral (la calle no el pueblo ¿eh?, que estamos en otra época). Yo, tímidamente le apunté lo que sabía por cotilleos: “¡No, papa, que te retuercen la patilla hasta pellizcarte y te hacen daño, si te pillan charlando, y te hacen dar infinitas vueltas al patio. “Gracias a Dios”,¡ qué ironía!, me matriculó en el Instituto de Bachiller ‘Cardenal Cisneros’…siendo Ministro de Educación D. José Ibáñez Martín, seguido, cuando lo trasladaron a Portugal, de D. Joaquín Ruiz Jiménez (cuyo nombre lleva la plaza a la salida del Metro San Bernardo, la estación siguiente a NOVICIADO en la línea 2) pronto destituido por el Caudillo, que, con un motorista le envió la destitución. En su honor y memoria te cuento que le debo mi afición y dedicación al teatro. El profe de Lite me dijo: ¡Jose, tienes que hacer de ‘ajo’ con la cebollas, en la lucha de Don Carnal y Doña Cuaresma, en el Libro del Buen Amor del Arcipreste de Hita, que vamos a representar!...¡¡¡UHF, yo no sé!!! respondí. ¡Sube a escena y demuéstrame que no sabes! Replicó…Y, al final, “parece que supe”, pues actué…y hoy cosecho el resultado. Y un chiste suyo que nos contó al final de la Obra, a la que asistió y cuya interpretación nuestra ensalzó: ‘¿Quién escribió “El Gran Teatro del Mundo? ...¡Yo no he sido!, dijo el alumno...¡¡Pobre Lope de Vega!, replicó el profe’

¡¡¡Bueno, no me cuente usté su vida!!!...Es que es la de muchos de la época, que se ignora bastante, y, además, estamos hablando del Metro, lo que no es hablar de trenes y estaciones suburbanas, sino de la zona, gentecilla y población donde estamos…

Es que el ‘Insti’está en la calle Reyes, que te lleva a la ‘Plaza España’, (siempre escribo los nombres tal como sonaban al decirlos ¿eh?) con salida a Pza. Conde Toreno, la de la fuente extinta de caños de bronce, con base de hierro y piedra y calle Amaniel, detrás del metro Noviciado. En una joya del arte madrileño me bautizaron, la Iglesia de San Marcos, en la calle Dos Amigos, que acaba contra la trasera del Edificio España. Tienes que ir a ver lo que impresiona la grandeza y seriedad asustadiza de la imagen del evangelista. En esa misma calle estaba la Academia de Don Barto, donde papi me mandaba a reforzar estudios para sacar buena nota, y yo me la pasaba jugando a las damas y al ajedrez con el hijo de Don Barto, hasta que llegaba la hora de volver a casa.

Mi bajada por Espíritu Santo hasta San Bernardo, me ponía frente a la calle que da nombre a la estación, ‘Noviciado’. Fue el profe de Reli el que nos contó que la calle se llama así porque allí estaba el Noviciado de los Jesuitas. Franco se lo dio a la Iglesia Protestante (¡nunca supe si pá tenerlos controlaos, o qué!) y que no fuéramos allí como católicos. ¿Qué piensas mi sufrido lector? Pues, que nos íbamos allí de ‘pellas’, ¡claro!, porque te daban una cosa europea, que aquí no había y se llamaba ‘crepes’ ‘tapas’,¡vamos! ‘pinchitos’, pá entendernos, con un refresquillo, lo cual era muy atractivo. Y no recuerdo que nos comieran el tarro con doctrinas, no.

Ahora vivo en Vallecas. La pasada Navidad tuve cena de profes, detrás de Metro Noviciado, así me dieron el aviso, tras el nombre del restaurante. Imagina la ilu con la que fui a”mi” barrio, a “mi” METRO NOVICIADO de toda la vida. Transbordo de la 1 a la 2, y salida NOVICIADO. Remozada, sí, pero la escalera y el mosaico de siempre. ¿Puedes creer que subí despacito y con emoción, pues me asaltaban los recuerdos que te he contao? Y me lancé a escribirte, por si alguna vez te bajas en esa estación.

No sé qué dirán hoy las historias de todo esto, asimilado desde mi infancia, en el interior de mi CUADRILÁTERO METROPOLITANO: NOVICIADO (punto de partida de esta dramatización vital), SAN BERNARDO, línea 2; TRIBUNAL, BILBAO, línea 1 ¡Entérate, y así habrás sacado partido a la estación y alrededores del Metro NOVICIADO, de un Madrid irrepetible…¡Gracias, de tu cronista de la época, José Luis Alcalde, que hoy, con tanto santo, santa…revisa toda la letanía, METRO a METRO y con el NOVICIADO frailuno, desde pequeñín, en la calle ídem, esquina al Metro, que da nombre a esta pobre y pesá colaboración…es actualmente frailecillo dominico…

Atte. JOSE “OP”, que no significa ‘Otro Pillo’, aunque se me intuye, sino ‘Orden de Predicadores’, pá que entiendas por qué tanto discursito, jeje.
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jueves, 1 de julio de 2010

PLAZA ELÍPTICA

Elíptico (Del griego ἐλλειπτικός):
1.- Perteneciente o relativo a la elipse.2.- De forma de elipse o parecido a ella.3.- Perteneciente o relativo a la elipsis.
Elipse:
1.- Lugar geométrico de los puntos del plano cuya suma de distancias a otros dos fijos llamados focos es constante. Resulta de cortar un cono circular por un plano que encuentra a todas las generatrices del mismo lado del vértice.

Elipsis:
1.- Figura de construcción, que consiste en omitir en la oración una o más palabras, necesarias para la recta construcción gramatical, pero no para que resulte claro el sentido.2.- Supresión de algún elemento lingüístico del discurso sin contradecir las reglas gramaticales.
(… O cómo una misma palabra puede hacer referencia a ciencias y a letras…)

-Manda huevos… Esto del desove y el remonte es la leche. Con la de peces que hay en el Bernesga y tuve que ir a pescar un salmonete del Manzanares… guapo y chulapo, sí, pero perdido en aguas extracomunitarias…
-¿Lo ves? ¿Quién te quiso convencer de que no era posible?
-Pregúntale a un cocinero si el tinto marida con el salmón… Te dirá que se dan patadas.
-Ya… ¿Y qué me dices de los imanes?
-¿Imanes?
-Sí, lo de los imanes, eso de que los polos opuestos se atraen y los iguales se repelen…
-Debe de ser un lobo con piel de cordero entonces
-¿Lobos ahora? No te sigo…
-Lobo, polo… bah, da igual…
-¡Pero si sois totalmente diferentes!
-O eso parece. ¿Cómo soy? ¿Polo positivo o negativo?
-¿Últimamente…? Negativo, muy negativo.
-Pues eso. Que ya había un polo negativo y yo, por contacto, he cambiado la carga. Dos polos negativos no se juntarán nunca.
-¿Y qué tal intentar cambiar otra vez electrones por protones?
-Me mantendré neutrón, como Suiza.
-Dirás neutral…
-Sí, eso, qué más da…
-No te creo.
-¿Por qué?
-¿Te rindes?
-¿Y qué debería hacer? ¿Probar el acelerador de partículas y tratar de volver a cruzarme con él después del nuevo big bang? Con mi suerte, seguro que…
-Llámale.
-No.
-Llámale.
-No quiero.
-Llámale.
-No debo.
-Llámale.
-¿Y qué le diría? ¿Hola, qué tal, cómo te va? No.
-Llaaaaaama.
-No.
-¿Por qué?
-No tiene sentido, ni siquiera entiendo pezuno…
-¿Pezuno?
-Su idioma, del pez… pezuno… Los perros del Alentejo ladran en portugués…
-¿Alentejo?
-¡Coño, que espesura…!
-¿Y si pruebas a decirle que le echas de menos?
-Ni de coña.
-¿Por?
-Porque no.
-Podría funcionar.
-Lo dudo.
-…
-Me diría que no.
-Me pierdo.
-Las torturas están castigadas en el código penal.
-¡Ahora me saltas con Derecho!
-Asociaciones mentales vertiginosas… como tratar de conectar “te voy a echar un polvo” con “te reviento la cabeza”.
-Ahora sí que me estás dando miedo…
-Pensamiento gore… Que no. Ya está.
-Las relaciones difíciles son las que más marcan.
-Como un ternero; a fuego y sin anestesia…
-Tú estás fatal.
-¿Estoy loca?
-Si te lo preguntas es que no lo estás…
-Eso decía…
-¿Entonces?
-Qué.
-Pues que qué vas a hacer.
-Ni idea. Si bebiera, hoy sería un día estupendo para emborracharme a tequila.
-Y después unos porros, ¿no? Venga, no digas tonterías.
-Me piro.
-¿Ya?
-No, que me piro, que me voy de aquí, que necesito cambiar de aires que esto me está matando.
-¿Y a dónde irás?
-Ni idea…
-¿Y así acaba todo?
-No me voy a quedar en casa llorando y guardándole ausencias. Ni me lo merezco, ni se lo merece… aunque lo haría si viera alguna posibilidad…
-Estás colgada.
-Hasta los tuétanos. ¿Qué vas a pedir?
-Creo que ensalada césar, ¿tu?
-Salmón, a ver si empiezo a entender algo.
-¡Otra vez el salmón a vueltas…!
-¡Qué cojones! Arroz con bogavante, me lo he ganado.
-¿Homenaje?
-Algo así… Sigo con antojo de navajas.
-De Albacete.
-No, de ría. Las cambié por bacalao…
-Qué difícil me resulta seguirte a veces.
-Me pierdo hasta yo.
-Hoy te dio por el pescado…
-Salmonete chulapo en busca de remonte donde desovar buscaba mirada penetrante y transparente…
-¿Estás escribiendo otra vez?
-Sí… a ver cuánto tardo en cansarme.
-Entonces ya lo entiendo, andas en busca de metáforas…
-Digamos que estamos en un punto en el que realidad y literatura se mezclan y confunden.
-¿Y de qué va esta vez? ¿Abducciones? ¿Turismo por los Andes? ¿Crítica al más puro estilo Peñafiel?
-Gastronomía.
-¡Coño!
-No, el relato erótico vendrá después… me lo prometió Javivi.
-¿Gastronomía? ¿Relato erótico? ¿Javivi?
-Sí.
-Dos cuestiones: la primera ¿quién es Javivi? Y la segunda ¿quién eres y que has hecho con mi amiga?
-Un bilbaíno jubilado, y sigo aquí, solo que algo desfigurada.
-Sabía que te iban maduritos, pero pasar de los 35 a la edad dorada… la única ventaja que le veo es que las vacaciones os saldrán baratitas.
-Me voy a ir a un balneario 3 días…
-¿Con el jubilado?
-No, joder, sola. Ya lo tengo pagado.
-A descansar.
-No, a aprovechar los 450€ de la reserva. El descubierto de la cuenta tuvo que servir para algo.
-¿Descubierto?
-Soy pobre, ¿recuerdas? Me van a amasar, adobar, exprimir, rebozar, embadurnar, drenar y limpiar cada milímetro del cuerpo. Cuando vuelva voy a tener la piel mejor que Cleopatra a base de leche de burra, no me va a conocer ni mi madre.
-El plan Special K te sale más rentable.
-Ya, pero no pagué vacaciones para ponerme ciega a cereales, pagué fin de semana en un balneario y allá que me voy, acompañada o sola, pero me voy.
-Pues que te cunda.
-¿Has visto cosa más triste que una treintañera sola en un balneario?
-Bueno, no tiene por qué ser tan malo…
-Reservé el pack fin de semana romántico….
-Me callo…
-Ven conmigo, en plan lésbico. Lo peor que nos puede pasar es que la cama sea redonda y haya un espejo en el techo.
-Pero sin roces, ¿eh?
-No prometo nada.
-En ese caso, paso.
-Aburrida.
-Entonces cuál es el plan…?
-Pues…
-Llámale.
-¡Que no!
-Hazme caso por una vez, coge el teléfono, marca su número y llama.
-¿Y qué le digo? ”Hola, qué tal te va, vente conmigo a pasar el fin de semana al balneario, total, ya está pagado…” Es rastrero, además de triste y humillante.
-¿Qué tal un “hola, cuántos días sin saber de ti, me preguntaba cómo estarías”?
-Te respondo ya: “Hola. Bien, ¿tu? Estudiando. Vale, chao”.
-Eres un dechado de optimismo y buen rollo, ¿sabes?
-Soy realista.
-Eres como el tipo del chiste.
-Para chistes estoy yo…
-Un tipo en un mercedes por una comarcal y se le para el coche. El pueblo más cercano está a 10 kilómetros. El tío echa a andar y por el camino va pensando en lo que necesita para reparar el coche. Decide que lo más importante es un gato. Según se va acercando al pueblo va pensando “Y si es un pueblo abandonado? Y si está habitado pero no hay nadie en casa? Y si no me abren la puerta? Y si no tienen gato? Y si no me lo dejan?” En estas estaba el hombre cuando llama a una puerta y le abre una mujer que le pregunta qué le pasa, a lo que el tipo responde “¿Sabes lo que te digo? Que te metas el gato por donde te quepa!”
-Pues yo igual. Antes de que me lo diga ya me hago a la idea y nos ahorramos los dos un mal rato; él por tener que decírmelo y yo por escucharlo.
-¿Tan malo fue?
-Al contrario, era encantador… luego empezaron los problemas.
-¿Qué pasó?
-Eso me gustaría saber a mí.
-Discutisteis.
-Jamás.
-¿Entonces?
-Otro de esos grandes misterios inexorables del universo. ¿Quién construyó las pirámides de Egipto? ¿Dónde desembocan los agujeros negros? ¿Qué pasó?
-No entiendo nada…
-A veces pasa que el oso se come al salmón antes de que llegue a su destino.
-Me estoy empachando de salmón sólo con escucharte.
-Quijote venció a sus molinos solo, sin Sancho, ni Rocinante.
-Pero tenía a Dulcinea en el Toboso.
-Ahí está el problema, que este Quijote o no quiere Dulcinea, o no sabe dónde ponerla.
-En el Toboso.
-Sería lo lógico.
-Para que yo me aclare… el Toboso sería…¿?
-Donde se casaron, fueron felices y comieron perdices.
-Estoy teniendo una especie de dejà vu pero a la inversa. ¿Esos no fueron Blancanieves y el príncipe?
-Qué más da, este cuento acaba mal.
-Será porque tú quieres.
-No. Será porque él así lo quiere. Y por una vez, voy a hacer caso de lo que me dicen.
-¿Y si te llamara él?
-No lo creo; está ocupado, siempre lo está.
-Pero algún día dejará de estarlo.
-Sí, algún día.
-Puede que entonces te llame.
-Sí, seguro, tiene tantas ganas de llamarme y verme como yo de que me den una patada en la boca del estómago.
-Por lo que veo acabasteis mal…
-No, creo que no.
-¿Crees que no?
-Creo que no. Quiero decir que no hubo discusiones ni reproches ni nada por el estilo. Una cerveza en una terraza y un hasta aquí hemos llegado.
-¿Sólo?
-¡Te parecerá poco!
-No, no… Bueno, al menos no te mandó un mensaje para dejarte.
-¡Sí, joder, menudo consuelo!
-Es un tipo rarito, ¿no?
-Es peculiar. Yo creo que no sabe lo que quiere, pasa de la risa al llanto en cuestión de segundos, se tortura con temas que no debería, y me tocó lidiar con una mala racha. Ces’t la vie, que dicen los gabachos.
-A enemigo que huye puente de plata.
-Ya…
-Era una batalla perdida entonces.
-La única guerra que yo quería tener con él era bajo las sábanas.
-¿Era bueno?
-Era diferente a todos los demás.
-O sea que la tiene pequeña.
-No seas vulgar… cuando le acariciaba la espalda se le encrespaban los espolones.
-¿Qué?
-Una vez me dijo que daba la cara incluso cuando daba la espalda.
-Me hablas en clave…
-Nada, cosas mías.
-Explícame eso de los espolones.
-Las alas abiertas… ¿has visto alguna vez el ritual de apareamiento de un pavo real?
-A ti hoy te ha dado con los animales.
-Despliegan la cola y la inclinan hacia la hembra, hacia delante, como queriendo encerrarla. Él ya tenía las alas abiertas. Cuando le pasaba las uñas por la espalda temblaba.
-Ese chico no ha tenido cariño en su vida.
-Frío consciente… por las noches buscaba calor.
-¿Quieres mi opinión?
-No, prefiero la mía.
-Como quieras…
-No te ofendas… no quiero que me digas nada que me pueda machacar, no me va a ayudar. Es un camino que tengo que hacer sola.
-Cómete el salmón, se te va a enfriar.
-¿Te has parado a pensar alguna vez que los salmones son los únicos peces que viven tanto en agua dulce como en agua salada?
-Tú te mereces alguien que te trate como una reina.
-Me siento más Cenicienta.
-De eso nada, guapa.
-Me dio las llaves de su fortaleza y yo se las escupí a la cara.
-A veces uno hace cosas de las que se arrepiente antes incluso de haberlas concluido.
-Ya te digo… Maldito carácter…
-No te tortures.
-No lo hago. Pero es que aún no le he llorado…
-No hay sitio para las lágrimas.
- El lagrimal se me ha autoproclamado estado independiente. Me hice la dura.
-Eres dura.
-No, sólo me lo hago. Le devolví una enorme sonrisa, como si no me importara…
-Pero sí te importaba.
-No sabes cuánto.
-¿Y por qué no le dijiste lo que pensabas?
-Porque soy una tía elegante. Porque me conoció esbozando una sonrisa y así quiero que me recuerde.
-Chica, qué dramática, lo sueltas en plan epitafio.
-En la vida llega un momento en que has de decidir si es bueno conservar una amistad o mandar todo a la mierda.
-¿En qué momento estás tú?
-Princesa desilusionada vende rana, precio a negociar. O la cambiaría por un billete de avión a Isla Mauricio.
-¿Le quieres?
-Qué importa ya eso. Le agradezco más de lo que le podría reprochar.
-¿Tomamos postre?
-Echo de menos los desayunos.
-Yo helado, ¿tú?
-Lo tengo aún debajo de las uñas.
-Eso se quita con un cepillito.
-No es papel pintado que puedas levantar de una vez; es más bien como el barniz, necesitas lija.
-Paso del postre, un café con hielo por favor.
-Aún le debo una cafetera y 20 euros de una apuesta…
-La cafetera que se la compre él, y con esos 20 euros te vas a la peluquería y te cambias el corte de pelo.
-Quiero dejármelo largo.
-Pues te das unas mechas.
-Le echo de menos…
-Lo sé. Se te pasará.


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lunes, 28 de junio de 2010

RAMBLA

"Voy a hacer una solemne promesa: en mi puta vida vuelvo a meterme borracho en el Metro. Corrección: en mi puta vida vuelvo a tomarme una copa. Suponiendo, claro, que salga de ésta. Si al menos supiera dónde leches estoy, tal vez podría hacerme alguna ilusión de cumplir la promesa, pero esto pinta... impredecible, por decirlo suavemente. No recuerdo nada desde el segundo gol, salvo aquel corrillo de jubilaos colchoneros bailando el pogo desnudos sobre la barra mientras el resto del bar les cantaba el Nunca Caminarás Solo... ¿o el que bailaba desnudo era yo y los que cantaban eran ellos? El caso es que sea como sea, he acabado aquí, tumbado en el suelo de lo que parece el andén de Metro peor iluminado de Madrid... suponiendo que siga en Madrid. Mire donde mire, no hay manera de encontrar una puñetera indicación que diga dónde estoy. No se oye ni una mosca, y lo único que alcanzo a vislumbrar son seis o siete metros de andén, una máquina de vending a rebosar de Kitkats (sin ranuras para las monedas), un par de carteles hechos polvo con algo parecido a la cara del Señor Barragán sobre el lema “Chí Pacharán”, y ese duende irlandés de metro noventa atado y amordazado que está intentando llamar mi atención desesperadamente metiéndose de cabezazos contra la pared. Vale, prioridades: una, conseguir un Kit Kat; dos, encontrar la salid... ¡un momento!¿he dicho duende irlandés de metro noventa atado y amordazado? Habrá que desatarlo, igual sabe cómo va la máquina de chocolatinas...
- Venga, fuera mordaza... ¿mejor?
- (gasp) Sí... (gasp), ¡desátame, rápido!¡Hemos de escapar de aquí antes de que vuelva!
- Un momeeeento, chato, un mo-meeeeen-toooo... primero quiero desayunar, luego quiero una explicación, y luego a lo mejor me lo pienso...
- Pero... ¿no me reconoces?
- Hombre, ahora que lo dices, tu cara me suena... ¿yo a ti no te tengo visto en Telemadrid? ¡Coño! ¡Si tú eres el Alcalde! ¡Pero bueno, Alcalde!¿Qué hace usted secuestrado en un túnel del Metro disfrazao de lechuga?
- Verás... en realidad soy un duende irlandés auténtico, mi verdadero nombre es Gallardonix. Toda mi alcaldía es una tapadera, lo hice todo para llevar a cabo las ampliaciones del Metro de Madrid y poder usarlas para esconder mi Tesoro... pero mi archienemigo, el duende Aguirrix, pretende que le diga dónde se encuentra. ¡Si descubre la verdad, será terrible!¡Madrid caerá en decadencia!¡Las nuevas generaciones no tendrán esperanza!¡El Barça tomará el control de Caja Madrid y se bailarán sardanas en la Cibeles cada quince días!
- ¿Y qué pinto yo en todo esto?
- Ni puñetera idea... tal vez la viste secuestrarme o tal vez llegaste a este andén fantasma por casualidad... ¡rápido, tienes que recordar! ¿cómo llegaste aquí?
- Pues con una curda del copón, no te jode...
- ¿Puedes ser un poco más específico?
- A ver, recuerdo que me metí en un ascensor... tal vez pulsé el botón que no tocaba... recuerdo que no funcionaba y que parecía que el ascensor me hablase con una voz así como de Darth Vader...
- ¡Por todos los San Patricios!¡Te metiste dentro de uno de nuestros portales interdimensionales!
- Alcalde, coño, en serio... ¿eso existe?
- ¿Pero tú cómo te crees que llego a tiempo a todos los desayunos de prensa con la mierda de tráfico que hay cada mañana? ¡Estamos en una estación de gusano! ¡Sus portales funcionan mediante ultrasonidos imposibles de emitir por un ser vivo consciente! ¡Rápido, repite todo lo que dijiste!
- ¿Decir? Alcalde, me parece que aparte de cagarme en la madre que parió al ascensor un par de veces, suplicar que se moviera otras tantas, y llorar diez minutos como un bebé declamando sobre lo injusto de la vida y la condición humana, no emití ningún ultrasonido... a no ser que... a no ser...
- ¿Qué? ¿¿¿QUÉ???
- Primero me va usted a prometer una parte del Tesoro.
- ¡A tí y a todo tu barrio!¿de dónde eres?
- De Coslada, del Valleguado Sur, y a mucha honra. Tápese los oídos, Alcalde...
- ¿Cómorl?
- (sniiiiiiiiiiiiffffffffffffff.... BOOUAAAAAAAAAAAAAAAAARRRRRPPPPPP!!!!!!!!!)


Siempre he molestado sobremanera a los perros de mi hermana al pegarme un eructazo de los míos. Quién iba a pensar que su frecuencia coincidía con las de un mecanismo de teletransporte multidimensional. Ahora, ahora me explico muchas cosas. La estación, el andén, el Metro, han desaparecido. Estoy en casa, en la superficie. Gallardonix se ha esfumado, pero me encuentro una tarjeta en el bolsillo de la camisa, con un número de móvil a todas luces falso (tiene siete treses) y una anotación a mano:


“Encontrarás tu parte entre Méjico y Honduras”


Será desgraciao... para que te fíes de los políticos, ahora me envía a hacer la ruta Quetzal... claro que ahora que lo pienso...


Aprieto el paso, tuerzo un par de calles y entonces lo veo claro. Tal y como me lo había imaginado. Apenas puedo distinguir la estación de La Rambla entre la multitud de curiosos que se agolpa poco a poco en la calle mirando al centro Margarita Nelken, o lo que antes era el centro Margarita Nelken. Frente a nosotros puedo distinguir tres cosas: un mogollón de gente flipando pepinos, el concejal de Urbanismo de la Plataforma en estado de shock bailando una jota navarra y dando gracias a no sé qué virgen de Guadalupe, y un pedazo de construcción faraónica sacado de Stargate Atlantis en el cual el centro cultural parece haber transmutado durante la noche. Joder, Gallardonix, yo sólo quería entradas gratis para el fútbol o como mucho un pisillo en la Gran Vía, pero a lo hecho... sólo espero que por lo menos hayas mejorado la programación del Cine Club.

(Jose, que afirma que no hubiera escrito nada si le llego a decir que Certik, Alex Martos y yo misma le dejaríamos el listón tan alto. A lo mejor entonces hasta hubiera escrito sobrio)
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jueves, 10 de junio de 2010

BATÁN

La noticia me pilló totalmente desprevenida. Una llamada telefónica y después el silencio en la soledad de mi apartamento. Era imposible no empezar a pensar en viejos recuerdos y momentos más recientes. Recordé largos paseos hace más de 10 años, recordé las propinas del día de reyes, las visitas fugaces a la salida de la misa del domingo… La imagen, una ventana sin cortinas y una persiana que se bajaba tan pronto como la luz del día empezaba a palidecer. Nunca más la vería subida. Nunca más me adentraría desde la calle en la privacidad de aquella cocina tan conocida. Fue difícil y extraño llegar y no ver signos de vida por allí.

Abrí la puerta con una vuelta de llave y un empujón; la humedad había hecho que la madera se dilatara y fuera difícil el acceso. La luz se hizo paso en aquella penumbra. Recorrí con la vista los posibles restos de la tragedia, pero allí apenas se adivinaba nada diferente. Sólo un olor fuerte y penetrante que se niega a abandonar las paredes incluso meses después de lo ocurrido y tras sesiones intensivas de ventilación forzosa de 24 horas diarias. Imagino que es de ese tipo de olores que duran para siempre, que impregnan la ropa y la pituitaria y acompañan aún sin querer. De esos olores que inexorablemente evocan una tormenta de imágenes y recuerdos en los que se mezcla alegría y nostalgia. La misma sensación me acompañó durante algún tiempo pero en distinta localización al otro lado de la calle, aunque yo era lo suficientemente inocente y niña como para no saber a qué se debía ni qué significado tenía, pero no pude evitar que acudieran a mi mente recuerdos de galletas rellenas de crema pastelera que aparecían mágicamente sobre la mesa de la cocina en una bandeja redonda naranja o verde según la ocasión, una barba blanca de tres o cuatro días tras la que se escondía una sonrisa abierta y una boina negra que cubría la cabellera totalmente cana de Antonio “El Bueno”. Tenía también un olor único e inconfundible que, poco a poco, ha ido desvaneciéndose dando paso a otros más recientes y más conocidos.

A medida que la luz dejaba entrever las marcas en el suelo de algún objeto pesado que había sido arrastrado por el pasillo en incontables ocasiones y mis ojos se habituaban a la oscuridad respiré hondo. Todo estaba en su sitio, como siempre, salvo por el hecho de que todas las persianas estaban bajadas y la puerta del patio cerrada. Busqué el interruptor de la luz a mi izquierda, justo donde las escaleras de madera inician su ascenso al piso superior. Estaba a punto de sentirme como un ladrón allanando una morada extraña pero con consentimiento paterno para echar a mi saco cuanto pudiera encontrar de valor. Detrás de mi venía mi madre, instando a la premura desde su atalaya de pragmatismo autoimpuesto que sacude la atmósfera cuando algo le desagrada. Cerramos la puerta tras nosotras y subimos renqueantes los dieciséis escalones de madera pulida sin barniz que nos separaban del primer piso, escuchando a cada paso un crujido bajo nuestros pies. Sin saber muy bien por dónde empezar, algo nos empujó a la habitación de la izquierda; subimos la persiana que da al patio trasero y tomamos aire. Una mesa a modo de cómoda mostraba varios joyeros y cajitas vacías, en sus cajones apenas bolsas de plástico, viejos envoltorios de regalos nunca estrenados, libros de oraciones legado de una hermana monja, llaveros y recordatorios varios. Justo enfrente, en la otra pared, otra mesa de estilo señorial que ofrecía la visión de dos tapetes de ganchillo y otros tantos crucifijos, una caja de pastillas para la tensión y un pañuelo bordado a mano con las iniciales de su dueña escrupulosamente doblado. El armario, de madera maciza, abierto, mostraba las tripas revueltas tras el paso de un tornado que en los nervios del momento había revuelto todo su interior en busca de una muda de supervivencia para los primeros auxilios. Dos camas de forja antiguas, rematadas con latón ya mate, con colchones de lana y mantas ásperas y pesadas. En realidad, ese era el paisaje que ofrecían todas y cada una de las seis habitaciones del piso de arriba, salvo por pequeñas variables en cuanto a mesas, sillas, o número de camas. Aquí una máquina de coser Singer y una plancha; allí una silla de playa traída por algún sobrino en alguna visita hace ya años; allá un sillón de mimbre en el que recuerdo siempre sentada a una adorable anciana de luto riguroso y con un pañuelo negro cubriendo los hilvanes de toda una vida. Recuerdo sus rudimentarias muletas, sus zapatillas negras, apenas su voz… recuerdo que me sentía algo tonta cada vez que iba a visitarla porque no entendía sus palabras, distorsionadas por la carencia de la mayoría de sus piezas dentales, recuerdo su toquilla también negra resguardando del frío sus débiles piernas, recuerdo que le gustaba tomar un café con leche a media tarde, y que antes de irme daba instrucciones a una de sus hijas para que me obsequiara con una reluciente moneda de cinco duros que yo agradecía trepando por el mimbre hasta estampar en su mejilla derecha un sonoro beso mientras a duras penas apretaba el preciado tesoro en las diminutas manos de una niña de escasos 5 años. Las muletas dejaron paso a una silla de ruedas que por una de esas casualidades de la vida, recicló y usó una hija unos cuantos años más tarde y que descubrí no hace muchos días de cara a la pared en una vieja cuadra para los cerdos.

Muchos y gratos recuerdos de mi infancia apenas consciente de lo que sucedía en el mundo a más de tres metros de distancia en torno a mi epicentro. El primo Víctor con su inseparable radiocasete y una guitarra, el guapísimo primo Juanjo, el tío Antonino y su cariñosa forma de llamarme Ana Bolena, el labio leporino del tío Cesáreo, los puros y las garrafas de agua fresca del tío Fernando, las esperadas visitas de la tía Reme una vez al año y siempre en verano… ya entonces me llamaba poderosamente la atención la puerta entreabierta al final de la rama derecha de la T que formaba el pasillo y que conducía a un comedor al que no tengo constancia de haber entrado de niña. Sin embargo, la cocina era territorio de sobra conocido. Nada más entrar, a mano derecha y pegado a la pared, un escaño oscuro donde me sentaba en espera de un vaso de leche o, si la tarde era estival y había suerte, de gaseosa que me apresuraba a beber cuando aún las burbujas estallaban al borde para sentir las cosquillas que el gas me regalaba en la nariz. En invierno el refresco tornaba en leche caliente con cacao de la Cepedana, salvo en aquellas ocasiones en que el cura hacía visita a la casa, que era para mí día de fiesta puesto que la merienda consistía entonces en chocolate espeso y roscón de bizcocho; una vez terminado, el abuelo me limpiaba las morreras con una servilleta áspera de cuadros naranjas y verdes y me llevaba otra vez a la calle a recuperar la Orbea roja estratégicamente calzada junto a la acera y continuábamos nuestro paseo en dirección a la Peña del Gato dejando atrás el árbol hueco y el temido Collie que salía a nuestro encuentro moviendo el rabo y ladrando y que a mí me hacía temblar desde la cabeza hasta los pies de tal forma que hasta llegaba a caerme de la bici. Los cardenales y rasguños derivados de la caída eran heridas de guerra que a la vuelta yo enseñaba a mi abuela con orgullo mientras ella regañaba a mi abuelo por permitir que el perro me saltara encima…

Todas esas imágenes pasaron por mi mente en cuestión de segundos, mientras recorría por primera vez en treinta años y sin miedo a ser descubierta una casa de la que no conocía las entrañas. Descubrí pequeños grandes tesoros envueltos en papel de regalo y llegados por correo postal con matasellos de Barcelona, pulcramente preparados y con detalles que jamás vieron la luz salvo en el momento en que eran recibidos, por la simple curiosidad de conocer el contenido de aquellas cajas de cartón envueltas y cerradas con un cordel blanco; libros y cuadernos de colegio; plantillas de bordados, papel calcante y hasta los primeros nudos de una puntilla ya amarillenta tejida con encaje de bolillos.

Sin embargo, y no sé aún cuál fue la razón, en cada habitación que profané mis ojos se dirigieron automáticamente a la cama. Viejos colchones de lana poco uniformes, hundidos en el centro y elevados a los pies, reposando sobre viejos somieres oxidados asegurados con cuerdas y retales, cobertores de ganchillo o incluso alguna colcha con motivos florales muy de moda en los 70. Todas las camas hechas, listas para ser usadas, con sábanas blancas bordadas por mano de monja y con pesadas mantas de lana tejidas en la zona de El Val donde se combinan el crudo de fondo y los verdes y rojos de las franjas horizontales. Pesan, y pican, son ásperas, como si estuvieran sin desbastar. Mantas por todos los rincones, en los armarios, para acompañar las noches más frías de la casa sin calefacción, incluso un arca de madera con solera pero bien conservada a salvo de la carcoma donde descubrí media docena más de mantas personalizadas con distintas combinaciones de colores, y una que con casi total seguridad ha cumplido ya el siglo y en la que se puede leer en mayúsculas verdes el nombre de Juan García, mi tatarabuelo. Comprobé, no sin cierta sorpresa, que esta manta es ligera, mucho más que las otras, y que el paso de los años ha perdonado el tejido y este se ha mantenido a salvo de los ratones y las polillas. Observé los nudos y viajé hasta el Val de San Lorenzo a casa de Fina, donde no hace mucho ella y Maricruz me explicaban con esmero todo el proceso de fabricación de las mantas mientras trataban de poner nuevamente en funcionamiento una serie de máquinas que descansan hoy jubiladas y cubiertas de polvo con las madejas aún preparadas para ser tejidas, montones de lana aún sin lavar y otros ya cardados con púas naturales hechas de cardos de secano, ruecas y husos donde hilar los ovillos que más tarde pasarían por el telar y luego por el batán donde las mantas serían mazadas durante horas.

Volví a doblar la manta del abuelo Juan y puse fin al viaje mientras pensaba ya en asaltar otro baúl, otro arca, otra habitación… al final de aquel pasillo, una amalgama de sillas, mesas, cajas, bolsas, libros, palos de escoba y algún que otro artefacto inútil me esperaba. Entre otras muchas cosas, dos mesas bajas y una silla casi rupestres, y una maleta de cuero, de las que se usaban para los viajes allende los mares, que me propuse recuperar a modo de attrezzo para mi dormitorio, junto con un cabecero arrinconado contra la pared y tapado con papeles y plástico, un palanganero viudo y una mecedora. Pequeños tesoros de anticuario, escriños y espiteras, calderos de zinc, un puchero de cobre…

De vuelta por la galería en la que en otros días se respiraba el aroma de los geranios siempre floridos, dejé entreabiertas las ventanas para que el aire limpio termine de arrastrar el humo espeso que aún se agolpa en las paredes amarillentas y eché un último vistazo al cuarto de la plancha donde encima de la mesa aún hay una pila de ropa doblada esperando la ración de almidón. Otro recuerdo me asaltó sin previo aviso, encadenándose a otros que sacudieron mi mente a velocidad vertiginosa, entremezclándose y confundiéndose. La primera vez que vi de cerca la muerte yo estaba a 5 días de cumplir los 14; tuve la gran suerte de no toparme con ella hasta entonces, o si lo hice, supieron mantenerme al margen para no perturbar mi mente infantil, porque recuerdo a dos bisabuelas pero no sus funerales. Ambas vestidas de negro, ambas con dificultades para caminar, una con gruesas gafas y la otra en su trono de mimbre, una venida de Cuba y la otra desdentada y afable, una escudándose en Dios y en todos los santos para adobar la carne de la matanza y la otra con un tarugo de madera bajo los pies para que no se le enfriaran… Aunque los recuerdos son vagos, mi padre me lo comunicó un día entre semana justo cuando mi hermano y yo salíamos hacia el colegio, a eso de las 3 de la tarde.

-Murió Rodrigo- me dijo.
-Sí, hombre- fue mi inteligente respuesta.
-Sí, hija.

No acudí al entierro, y tiempo después conocí las circunstancias. En el breve trayecto que separaba mi casa del colegio, escasos 500 metros, súbitamente adquirió gran importancia y valor sentimental una cinta de El Último de la Fila regalada por el difunto pocos días antes.

El segundo encuentro fue en el verano de 1997. En pleno mes de julio mi vuelo con destino Heathrow presagiaba algo malo. El abuelo quedaba ingresado por culpa de una anemia (o eso me dijeron) que hacía necesarias las transfusiones casi diarias. El día 21 aterricé en Barajas pero mis padres no fueron a recogerme; hice el camino en coche con Olga y sus padres, que me dejaron en tierra conocida a última hora de una tarde calurosa.

-Dúchate y vamos al hospital a ver al abuelo, hoy está bien.

La imagen que me devolvió aquella aséptica habitación de hospital me acompañará siempre. Aquel cuerpo sin fuerzas no podía ser mi abuelo, la mirada perdida, fija en algún punto del techo, la nariz extremadamente aguileña, la boca extrañamente abierta, tan pálido…

-Salgan un momento, por favor, vamos a limpiarlo.

Mi madre quedó dentro; mi padre y yo salimos a sentarnos al pasillo. Miré a mi padre y no pude tragarme las palabras.

-Y decís que está bien…

Quería llorar, pero aguanté las ganas en mi primera muestra de madurez adulta. Presentí la misma sensación y las mismas ganas en los ojos de mi padre. Unos minutos después la puerta volvió a abrirse y mi madre nos invitó a entrar. Me incliné sobre la cama y di un beso al abuelo.

-¿La conoces?- preguntó mi padre.
-Claro, hijo- le respondió- es Ana.
-¿Y qué tal la ves? Ya ha vuelto de Inglaterra.
-Está guapa, ya la he visto y está guapa.

No sé si fui capaz de decir algo, lo cierto es que no tengo conciencia de haber abierto la boca salvo para saludar y despedir al que hasta no hacía mucho había sido compañero de fatigas, paseos en bicicleta y que yacía desganado y derrotado, como rendido, en una cama de sábanas blancas esterilizadas. Quedamos en volver al día siguiente, pero ya no lo hicimos. El día fue transcurriendo sin grandes acontecimientos y una de mis tías se ofreció a pasar la noche con él. A última hora de la tarde y como cambio de planes sobre la marcha, mi madre subió para verle después de cenar. Cuando volvió, sobre las 3 de la madrugada, no venía sola; traía a mi tía deshecha en lágrimas y la mala noticia. Yo estaba en la cama, pero al oír la llave en la cerradura me levanté, recorrí con cautela los 10 pasos del pasillo y me senté en la cocina, con la espalda pegada a la pared y las rodillas dobladas sobre la silla, abrazando mis piernas desnudas. Mi tía se agachó delante de mí, me acarició las piernas y sin mirarme a los ojos me dijo:

-Se fue sin sufrir, se fue quedando dormido, tranquilo…

Bajé la mirada y allí me quedé un rato, inmóvil. El olor a café recién hecho me sacó de mi letargo y sin cambiar de posición escuché las palabras de mi madre que trataba de ser objetiva desde su palestra médica. Luego mi padre llamó a su otra hermana, que se había quedado con la abuela. Supongo que recibir una llamada a aquellas horas intempestivas era ya suficiente como para comprender, y la conversación tampoco fue muy extensa.

-Merce… murió papá… hace un rato… díselo a mamá…

Me metí en la cama un rato después, aunque no podría dormir. Las manos ásperas de tanto trabajar la madera del abuelo ya no volverían a quitarme los “curritos”. De niña, después de comer, me sentaba en su regazo y mientras veíamos las noticias de las 3 me pellizcaba suavemente la espalda con el índice y el corazón para quitarme aquellos bichos que sólo él y yo veíamos.
No quise mirar su cuerpo desconocido tras el cristal del tanatorio; me acerqué a la abuela, rigurosamente enlutada, le di un beso y empezamos a llorar.

-Te estuvo esperando. A que volvieras...

Luego, al girarme para salir, por el rabillo del ojo distinguí una caja y un sudario claro, pero no su rostro. Prefiero recordarlo lleno de vida.

El tercer encuentro, fue hace unos meses. La noticia por teléfono y una caja cerrada ante el altar nuevo de la iglesia del pueblo. Ni siquiera subí al cementerio en una muestra más de la rebeldía hereje que me acompaña desde julio de 1997.


La ropa sin planchar espera que, uno de estos días, y con un saco de plástico negro para la basura, vuelva a evitar que los ratones devoren por momentos cuanto encuentren a su paso. La manta del tatarabuelo Juan correrá mejor suerte; arrancará, renqueante y oxidado, el batán de Fina para devolverle los colores y la alegría.
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miércoles, 9 de junio de 2010

SEVILLA

[En tus alas polvorientas,
hay temor a los comienzos,
yo deshielo tu camino
con sal del mar que ayer nos vio jurar nunca perdernos.]


¿Ya estás tarareando recuerdos? ...Si.(Huertas, 18:30)
Siempre había sido ágil observadora, llegaba a mi mucho antes que yo y me sorprendía terminándome frases, por más que intentaba crear cualquier subterfugio siempre encontraba pesquisas de lo que mascullaba entre dientes y terminaba repitiéndome la misma frase: o lo sueltas o te muerdo la boca!. Yo nunca se lo hacía saber, uno tiene sus vicios.

Habíamos pedido la cuarta o la quinta copa cuando caí en la cuenta de que era lo que me andaba rondando la cabeza. Belén Urquijo estaba haciendo las veces de parteneur de un chico sueco que andaba perdido por Madrid, probablemente le estuviera dando la dirección del piso que compartía con Raquel aunque cabe la posibilidad de que solo se estuviera divirtiendo, todo como de costumbre adquiría un tono surrealista en El Mondo, una gruta cercana a Plaza España en la que nos descubrimos casi sin querer y a la que bautizamos como "cristal palace" por la dilatación de las pupilas del círculo de gentiles que frecuentaban aquel antro tan romántico y congestionado de gritos.

- ¿Has dado ya con lo que te tiene así?
- Creo que si, bueno, se que algo tiene sentido hoy, pero no se que es.
- A veces te explicas como un libro abierto...¿has pagado tu?
- Si.
-Te lo compenso luego.


Le siguió los pasos a Belén y se puso a bailar con lo que supongo que sería un compañero del sueco, perdido en un ámbito inmoral y lleno de sustancias químicas que, bajo mi punto de vista, habían probado. Se dio la vuelta regalándome un guiño y jugó con su copa mientras practicaba inglés (seguro que se acercó por eso...o eso quiero pensar [a veces soy feliz auto-engañándome]). Mientras las chicas llevaban rato asegurándose unas risas, Mario (el propietario del tugurio) al que apodábamos cariñosamente el amo del calabozo intentaba comentarme algo desde detrás de la barra, advirtiendo mis gestos de sordera transitoria pegó un salto y se sentó en el taburete de mi izquierda.

- ¿Qué te pasa esta noche, tronco?
- Nada, creo que voy a parar en esta, llevo a cuestas un nivel importante.
- Ayer vino sola, hacía mucho tiempo que no venia sin compañía, ¿os pasa algo?
- ¡Claro!,¡ joder Mario!,¡ eso es!...¡nos pasa algo!
- ¿Qué cojones dices? ¡Que si estáis mal!, mira que yo eso lo veo venir...
- ¡Pues que Dios te conserve el oído cabrón!


Dejé a Mario en su trono con los brazos apoyados en la barra gritando que en su local a Dios ni se le mienta ni se le espera mientras rastreaba la sala para buscarla y contarle que pasaba algo, que algo tenía sentido pero no para mi, al menos no solo para mi. "Ahí está"!, derrochando la madrugada que le queda, jugando a ser otra y mirando como los miraba a todos...¿cómo los miraba a todos?...nunca advertí como me miraba a mi hasta que el amo del calabozo, totalmente sin querer, dio con una frase simple que encendió todas mis alertas. Decidido a explicarle lo que acababa de entender, frené en seco. ¿Cómo puedo pensar que algo ha cambiado en los dos si ni siquiera le he preguntado?; ¿Qué tengo que preguntar? Era lógico que no advirtiera que la estaba observando, su propio micromundo personal había empezado a fabricar la burbuja donde usualmente se alquilaba unos minutos al día, estaba centrada en conocer, observar, omitir lo que no le convencía y seguir engañando a cualquiera que le condensara vapor en el oído, pero pudiera aportarle algo interesante, le gustaba cazar "palabras-tesoro" como ella misma las definía: "Cualquier gilipollas puede arreglarte el día si después de una sarta de estupideces te deja una frase útil, escuchar es gratis, pequeño".
Absorto en mi paranoia una mano me alcanzó la espalda, ¡Ivan!.
Iván era un sempiterno de aquella sala, bohemio, desgarbado y algo distraído estudiaba filosofía en la complutense y de cuando en vez la anatomía de Belén (entre otras), me dió un abrazo y me susurró un resultado al oído: 2-0 que "pedazo" de atleti tengo macho, ¿qué hacéis por aquí?. Le expliqué que habíamos decidido salir a última hora, desde hace tiempo no parábamos quietos, aun en el piso siempre teníamos algo que hacer o algún proyecto por terminar, sueño por cumplir o fantasía que hacer realidad.

- Te estás quedando en los huesos tronco, si no fuese porque se que eres otro ruinas...
- Ni "pa" drogas tengo, estoy ahorrando para pobre, por cierto, ¿no es tarde para ti?
- Mi jefe también es del atleti, cuando gana siempre le da los turnos malos a los merengones.
- Yo curro a las 11, otra modelillo anónima
- ¿Tú solo o vais los dos?
- Yo solo, a esta mañana no la despierta ni Dios
- Voy a ver al amo del calabozo, creo que los primos le bajaron licor-café, ¿te hace?


Levanté la copa que llevaba en la mano en señal de que ya estaba servido y regresé a mis cavilaciones y cuando quise darme cuenta la tenía delante robándome otro beso, uno de esos besos enanos que se podrían contar en milisegundos y sin embargo nunca consigo olvidar, cosa rara en mi porque la memoria de post-it que gasto nunca almacena nada a escalas industriales. Sus manos se me entrelazaban en la cintura y se desdibujaban detrás de mi camiseta, todo parecía ser exclusivo para un "nosotros" cuando de repente regresé a algún punto en el tiempo que no lograba ubicar con claridad. Una discoteca, un beso pequeño pero cargado de sensaciones y sus ojos clavados en mis ojos con una energía tal que hizo desaparecer todo a nuestro alrededor, se que puede sonar a frase típica y prefabricada pero en aquel momento y con un gesto tan simple consiguió aislarme de todo, perdonen si no encuentro mejor manera de relatar lo vivido.

¿Habían intentado mirarme así alguna vez?, quizá más de una o quizá ninguna, no lo tenía nada claro, pero nunca nadie (si es que lo habían hecho) logró hacerme percibir esa sensación. No me sentía especial, ni único, estaba en paz y aquella situación que realmente duraría unos pocos segundos me pareció eterna y se quedó perpetua en uno de esos post-it de mi disco duro personal, me miraba feliz, ahora si tenía motivos para creer que algo nos pasaba a los dos tal como predijo Mario, algo tenía sentido no solo para mi, el hecho de que yo estuviera allí, ella me mirara y estuviéramos convirtiendo aquel instante en un "nosotros" nos hacía intensamente felices, el hecho de pasar gran parte del día juntos nos hacía felices, buscar los espacios de soledad personal y respetarlos nos hacía felices, no hablar de amor nos hacía felices, separarnos para volvernos a encontrar era la mejor terapia que existía para mantener la incertidumbre de la búsqueda...claro!, lo estábamos haciendo bien y, lo más importante, ninguno de los dos daba señales de querer dejar de hacerlo.

- Me haces falta (dijo rompiendo el silencio)
- No pienso cantarte una canción
- Pues llévame a casa y te la canto yo a ti
- ¿Y Belén?
- Ha encontrado a Iván, estaba bebiendo una cosa muy rara, ¿apuro el cubata y nos largamos?
-Es licor-café, un licor casero de Galicia, muy bueno por cierto.
- Jajajajaja!, te digo que me lleves a la habitación y tu pensando en licores, ¡Canalla!
- Eso que suena es ...
- Sabina, Mario estará intentando echar ya a la gente y tu tienes que trabajar a las 11
- Qué asco
- Son las 7, tranquilo, te voy a tener entretenido hasta las 10.


7:40 h. Caminando por Madrid, bien podía ser el efecto de la ginebra o estar escuchándola hablar sobre Suecia un buen rato, todo giraba en torno a ensoñaciones opacas que mañana probablemente serían solo recuerdo. Todo, absolutamente cada baldosa enladrillada al suelo, cada chino vendiendo comida caliente tenía sentido esa noche... ¿Por qué?, quizá Mario tuviese toda la razón del mundo o había dado con el jack point por pura casualidad. Me paré y siguió caminando unos metros, casi sin darnos cuenta habíamos llegado a Fuencarral, cerquita del zulo que me apañé en Sol, la inercia nos hacía caminar al mismo norte (que ironía) de siempre, una bendita rutina que acatábamos con disciplina marcial, pero ¿con ganas? Me quedé en silencio unos segundos, algo tuvo que notar porque se acercó titubeando y casi con una pena reconocible (o eso me pareció a mi)comenzó a hablarme: estas distante, estas fuera, desde ayer no te encuentro y tengo la sensación de que tu tampoco te ubicas muy bien, ¿quieres que nos vayamos de aquí o...? ; Detuve su mini-discurso acariciándole los labios con un dedo.

- ¿Sabes que nunca he disfrutado tanto de nada?
- Alex, yo...
- No necesitas decir nada, no quiero pisar el acelerador, no tengo ningún miedo, solo disfruto
- ¿Entonces qué es lo que te tiene así?
- Que ya he estado en una ciudad que no es mía, ya me han mirado con ternura, ya he probado lo que es estar una noche y otra abrazado a alguien por quien podrías dar la vida sin explicarlo y ya me han hecho daño. Ya he visto a la vida de cerca, he estado en todas partes, he sentido el miedo más perro, el frio y el calor más inhumano, el cariño más incondicional, el arte, las costumbres...he vivido casi todo lo que se puede querer vivir...
- ¿Y...?
- Que la conclusión que saco es que solo a tu lado todas esas cosas tienen sentido, la conclusión es que todo lo que me queda por vivir tiene ganas de vivirlo contigo porque así...
- ...así todo tiene sentido.


Volvía a terminarme una frase, volvía a encontrarme mucho antes de que yo llegara, todo tenía sentido y esta vez era para los dos, me lo decía sin hablar o al menos eso creía entender yo, no nos ligaba nada, podíamos huir por que no había motivos para permanecer allí observándonos como dos desconocidos que al encontrarse tienen la certeza de mirarse con ojos diferentes. ¡Ojos diferentes!, ¡es así como me mira!, como la miro yo, como no miramos a nadie.

- Vas a quedarte callado, ¿verdad?.
- Voy a comerte a besos
- ¿Y si te digo algo que te estorbe?
- Dispara
- Te quiero


Dominado y sorprendido. Aquella rebelde fotógrafa de ojos verdes enormes y zapatillas gastadas de andar, subversiva, cosmopolita y golfa estaba abriendo su corazón a un canalla de La Vega. Aquella irreductible fortaleza de los días anteriores se nos había caído en los pies y no sabíamos qué hacer con lo que se escondía tras los muros. Nos besamos en todas las esquinas que encontramos camino a casa, nos miramos en todo momento, aún con los ojos cerrados, sabíamos que sería difícil pero teníamos ganas y predilección por estar lo más cerca posible el uno del otro...no recuerdo a qué hora llegamos al piso, ni como abrí, ni si despertamos a alguno de los octogenarios habitantes de mi bloque, solo se que le dije yo también unas mil veces sin cruzar palabra alguna. A las 10 sonó una alarma y aun estábamos el uno encima del otro y viceversa, midiendo la cama por palmos y ahogándola poco a poco.

- Tienes que irte, cariño
- ¿Cariño? ¿Desde cuándo sabes lo que significa esa palabra?
- Jajajajaja, se me ha escapado.


Se levantó para poner la radio un rato y cuando la encendió, voilâ, Ruido de Joaquin sabina, en directo y sin vaselina....comenzó a reírse a carcajadas y me miró.

- ¿Qué atino verdad? Se perfectamente lo que estas pensando.

Es la primera vez que se equivocaba, yo solo podía pensar al verla cuanto me gustaba mirarla desnuda.
Salí de casa en busca de mi compañero Rodri, un estudiante de fotografía que vivía a caballo entre Madrid e Ibiza, llegaba tarde a la cita en Gran Vía para hacer fotos en el parque Juan Carlos I, uno de esos parques de Madrid que tiene peculiaridades como el arte abstracto a pié de graffitti o una "estufa fría", la vida moderna. Pude terminar la sesión bien y Rodri, con sus prisas usuales me invitó a dejarme en una estación de metro para que volviese a casa porque él tenía no se cuantas cosas que hacer.

No sabía muy bien donde me había soltado y justo cuando vi la primera boca sonó mi móvil.

- Hola mamá
- Que tal hijo, ¿todo bien por "los Madriles"?
- Perfecto
- ¿Cómo está Raquel?
- Dormida madre, llama a mi casa y despiértala si tienes paciencia y ganas
- "Uish" dormida a las dos de la tarde. Has trabajado hoy ¿no?
- Sí, más de lo mismo, oye, voy a entrar en el metro así que te dejo
- ¿Dónde estás ahora mismo?


Miré el nombre de la parada para poder decírselo con más precisión. Fue entonces cuando recordé a mi hermano Miguel y sus domingos de cerveza, a Manu y su bicicleta, a mi hermana Alba despertándose a las 10 de la mañana y preparándonos café, a mi abuela limpiando un patio lleno de geranios, a mi tía echándole clavo al cocido, a mi gente que ya estaría casi descalza, a lo que viví encerrado en mi cuarto mientras crecía, al olor a sal que llega desde la marisma a la ventana...

- Estoy en Sevilla, madre
- ¡Aquí! (gritó)
- No, en la estación de metro de Madrid, la estación de Sevilla
- Qué susto me has dado
- No te preocupes, estoy como en casa, os quiero.
- Hijo, cuídate y no cojas frio y vuelve a casa si nos necesitas
- No te preocupes madre, desde hace poco Madrid por fin tiene mucho sentido.


Colgué el teléfono y antes de bajar la escalera llamé a mi piso. Me contestó un intento de persona que aparentaba bastante bien ser un zombi o algo parecido.

- ¿Sí?
- Voy a casa, te llevo algo de comer.
- Ahórratelo, quiero seguir donde lo dejamos
- Ok, entonces yo también te quiero
- Ven pronto, por favor
- ¿Por qué esa prisa?
- Te necesito
- No pienso cantarte ninguna canción
- Entonces déjame que te la cante yo.


A día de hoy Madrid no es mi casa, pero esa estación, el tugurio y ese piso forman parte de algo que, con más fuerza que nunca y esté donde esté, tiene sentido.

(Alex Martos Candil)


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jueves, 3 de junio de 2010

NUEVA NUMANCIA

Ciudad de hielo, de frío y viento seco, de pieles curtidas por la helada de febrero, de pasado rupestre, de Moncayo y rebeldía, de insumisión, de reconquista musulmana, de Mesta y Trastamara, de Alfonso IX y Garcilaso, de Bécquer y Machado.

Cuidad de Duero y Lobos, de Lagunas y Cañones, de Pinares y pedregales.

Ciudad de letras y letrada, de Gerardo Diego, de Unamuno, de Ortega y Gasset, de Valle Inclán.

Ciudad de cuento, con encanto y encantada, de iglesias y misales, de tradiciones y también olvidada. De vías abandonadas que no conducen sino a la nada, de carreteras secundarias y castillos de arena.

Ciudad de románico, de medievo, de toros y caballos, de monte Valonsadero, de bota de vino, de teatro de calle y abuelillos al sol, de petanca, de via crucis, de tardes de Dehesa y noches de cielo estrellado.

De Saturios y Prudencios, Juanes y Nicolases, de vírgenes y santos varios.

De pregones, de Saca, de Toros y Agés, de Calderas y Bailas, de Compra y Lavalenguas, de Catapán y jueves Lardero, desencajonamientos y banda municipal, monólogos y capoeiras, tunos de instituto, viernes santo con bula papal y domingo de ramos en burriquita. De Camaretas, maratones y volley, de Cacho y Antón, de romanos y celtíberos, de tormenta y chaparrón.

Ciudad de marichalares y futbol de primera, de feria de abril con frio en el Calaverón, de castillos y montes de ánimas, de folk y rock'n roll, de Calle Real, de pajaritos, de Soriaya, de mejillones de secano y playa fluvial.

Cuidad de paseos al sol, de tardes de Herradores, de cafés señoriales, de ermitas solitarias, Castellana en masculino y Serrano emulando capital.

Ciudad donde ocurren cosas... y nada parece pasar.
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viernes, 9 de abril de 2010

PROSPERIDAD

Acabo de cumplir los 30.


El hecho en sí no ha supuesto un gran cambio en mí, o al menos eso creo. Quiero decir que, a medida que me acercaba a ellos, pensaba que sería más traumático, por aquello de pasar de los veinte a los treinta. Con esa edad se supone que tienes que empezar a asentar la cabeza, a hacer planes a largo plazo, a firmar una hipoteca, a pasar por el registro civil –o mercantil- y crear una sociedad mancomunada, engordar la panza con un futuro jugador de fútbol o una futura princesa, o ambos… se supone que tienes que empezar a pensar en todo aquello que hasta hace no mucho te parecían “cosas de mayores”; los tipos de interés, la bolsa, las zonas residenciales, los contratos indefinidos.


Como decía, no ha sido tan traumático como pensaba. Arrastraba los 29 con más pena que gloria y, faltando a mi máxima de que los años impares son mejores que los pares, la Nochevieja (o mejor dicho, el Año Nuevo) trajo consigo la entrada de un frente frío por el noroeste que dejaría nieve, hielo, agua y vientos de cambio. Los locos años 20 dejaban paso a unos extraños 30, plagados de incertidumbre, vueltas al redil y con sólo un agujero en cada bolsillo. Por suerte, y como es sabido, cuando una puerta se cierra, se abre una ventana. Mis días de tranquilo transcurrir de vueltas de reloj resultaron tornarse ajetreo y bullicio. Las comodidades de lo bueno conocido se volvieron hervidero de entradas, salidas, noches veladas ahumadas con cigarros ajenos y música de fondo, idas y venidas, subidas y bajadas, sobre todo bajadas. No resultaba ni atractivo ni fácil retomar costumbres arrinconadas en algún pliegue de la memoria que podrían resumirse en una sola: allá donde fueres, haz lo que vieres. Tras la aparente calma chicha, tormentas nocturnas sólo apaciguadas por la verosímil excusa de la formación. Creíble…. Y ¡necesaria! No existe peor soledad que la que se siente cuando uno tiene a su alrededor a varios cientos de personas, almas errantes que se cruzan, se saludan, se miran recelosas, se tropiezan, se esquivan.


Un cúmulo de despropósitos amenazaba con arrastrarme mar adentro. Por suerte, no sé si sería la del principiante, el buen samaritano me reconvirtió en hija pródiga, y cual Lázaro, descubrí que no estaba muerta, sino dormida (hoy casi sería más apropiado cantar que no estaba muerta, que estaba de parranda). Perra del desierto, asomé la cabeza por entre los agujeros que dejaban pasar la luz del sol y vi el mundo a nivel 0. De ahí a sobrevivir a base de café, volverme pájaro de vuelo nocturno y pensar en aprovechar el tiempo venidero –el pasado ya no hay quien lo haga regresar- sólo cinco letras (prima). Repartimos la carga, para caminar más ligero. Hoy me atraso, los pies del peregrino están sembrados de ampollas y durezas; mañana tomo la delantera, el descanso del guerrero se agradece. Noches alegres, mañanas tristes.


-Sólo¿?
-¡¿Qué más quieres?!
-Sólo¿?



Acabo de cumplir los 30.


Esperaba sentirme más mayor, más madura, más seria, más responsable, pero lo cierto es que me siento como si tuviera veintitodos. Ícaro inconsciente, reconduzco mis pasos en busca de una patria mientras, cual Penélope, tejo de día y deshago de noche. Una relativa responsabilidad neo-adquirida amparada en la falsa seguridad que proporciona el estatus de indefinido me asalta de cuando en cuando, poniendo ante mis ojos pero por el lado del revés un garabato en un papel con casi tantas lecturas como lectores. Peter Pan voló con Campanilla, aunque de vez en cuando reaparecen desordenando todo cuanto encuentran a su paso y, como Aníbal y sus elefantes, arrasan cuanto pueda haber brotado. Luego llegó Wendy… Pero el de las calzas verdes va dejando paso a un síndrome nidal que, en contra de lo que cabría esperar, no se manifiesta en orden y aseo –Diógenes aún no ha tocado a la puerta-, sino en vacío. Cenicienta sigue fregando y planchando, y sufre síndrome de Münchhausen, rompiendo todo lo que toca, ya sean bailarinas de porcelana o el asado del domingo. ¡Maldito Tourette!


Acabo de cumplir los 30.


Estoy a dieta -¿la del engorde?-, la operación trikini en marcha, fumo por poderes, sufro en/l silencio cuando me dicen que es mejor no preguntar, me esquivan respuestas, me lloran miedos, me regalan sonrisas envenenadas, rosas con espinas, mis faldas son escasas, pero largas, bebo las fiestas de guardar, guardo un manojo de llaves en el bolso, me caigo cada tres pasos, tomo demasiado café, me escudo en perlas amontonadas pseudofluorescentes, el príncipe azul salió rana, los caballos blancos son sólo narcos de primera comunión, los castillos sólo duran un par de segundos en el aire y están hechos de naipes de baraja francesa, el sol sale por el este y se pone por la ventana del cuarto de baño, tengo cardenales en las rodillas, regalo de labrador, barcos en dique seco y un lápiz sin mina. Aún me da más miedo despegar que aterrizar, me descomponen las situaciones desconocidas, me flaquean las fuerzas cuando descubro una muesca más en el espejo, dejé de jugar a la ruleta rusa y ya ni siquiera tiro al aire balas de fogueo, la báscula me atormenta día sí día también, me castigo con chocolate al 90%, sueño despierta, me enfundo vestidos que jamás compraré, calzo tacones que me machacan los juanetes, sigo sintiéndome más cómoda en vaqueros y zapato plano, el callo de bic va desapareciendo a la par que se me desdibujan las huellas sobre las mayúsculas, debería usar más las gafas y menos la calefacción, dejé encendida la luz cuando el apagón, la nevera está 5 grados más alta de lo que aconsejan los envases de los yogures, no cierro el gas cuando me voy a dormir, miento cuando por la noche, en algún rincón en penumbra, me preguntan nombre y edad, el buzón apellida expósito, me duermo en cualquier sofá que me abrace, acopio rayos de sol perezosos, planeo viajes que nunca haré, la gasolina ha vuelto a subir.



Acabo de cumplir los 30.


El emperador aún no ha decidido si su pulgar mirará arriba o abajo. En la arena, el gladiador se juega la suerte con las manos vacías.


Estoy esperando los leones de los 31.

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lunes, 5 de abril de 2010

SOL



[ ‘El sol no se ha puesto aún por última vez…
(Tito Livio;
59 a. C.17 d. C.) Gracias abuelo… ]





En todos los pueblos del mundo concretan sus citas en lugares muy especiales. La plaza del pueblo suele ser centro de paso de viandantes y usuarios de transportes públicos varios, ya sea un bar, el ayuntamiento, la iglesia, la plaza de abastos, el sitio donde ponen el mercadillo o la verbena, la compañía de una refrescante fuente donde se llenan cántaros, milagrosas cantimploras para peregrinos, reservas por si al ayuntamiento de turno le da por cortar el agua en verano, o la simple compañía de sentada de jubilado en disfrute de su mañana; un marco de fondo para paralizar momentos en una imagen, un sitio por el que probablemente pasarás, sin más, si vas…



La plaza de mi pueblo inspira mentes; hace que su tránsito sea comentado; hace que cada fin de año me sienta agradecido porque alguien celebrará seguro allí el fin de un buen comienzo, o el buen comienzo de un fin… Si sólo pasó, él se lo perdió… Si me preguntas por Madrid y su plaza… Lo siento, te tengo que decir…





Allí el sol siempre sale, comentarios se cruzan, ideas cambian de cabeza y se comparten, amaneceres se aseguran… Si buscas algo lo encuentras… o si no… preguntas; alguien puede que lo sepa, que se lo hayan dicho, que haya estado… Miles de historias de miles de pasantes sobre bares, cafés y tertulias, baratos hostales, pensiones de mala muerte o tascas que te agradecen el haber pasado, tiendas con sus últimas ofertas, tiempos de rebajas, conversaciones íntimas, en cada rincón, en cada lado…



La monotonía de paso por allí te enseña que en las plazas hay atajos, que en el metro se puede evitar a la marabunta de cuerpos rendidos al ritmo de la prisa, todos al mismo, el que tú no llevas… Que puedes ir al contrario… salir por donde entran los metrovegantes del túnel negando los carteles que te indican la salida… y descubrir que es camino más corto a contracorriente, más despejado… Disfrutas del olor a gofre todas la mañanas, a palomitas que te dicen ven si te descuidas, a café que huele mejor que sabe… Escuchas canciones dichas por voces castigadas que en el exterior tapa una manta, ‘top’ para Madrid, que nos hace cantar bajo tierra, también las oyes por los vagones entre parada y parada; en los pasillos todo cambia, llegas allí y el sol ya está en tu espalda...En el andén, el desgaste de las líneas pintadas son las huellas del metropolitano, marcas de multitud de zapatos que estuvieron allí, que vivieron Madrid, que por ahí todos pasan... Huellas dejadas en raíles, huellas que llevan a la plaza…



Las tardes son más disfrutadas; si pasas por este lugar todos los días por necesidad laboral, no es extraño el momento en el que place un granizado en tu garganta, o relajarte, entretenerte con el limpiabotas que siempre aparece, que siempre estuvo, que siempre ameniza y amenaza con su labia… Café helado o helado de café… Cantidad de loteros y loterías varias que buscan pescar al que aún se ilusiona con el azar, con la suerte, con tener una pizca de eso que tienen los de las corbatas, esos que cuando están en apuros llaman al del escapulario de cuerpo integral que dice ‘compro oro’, para suavizar sus desgracias… Todo es negociable, todo para el que pasa… Las encuestas allí son numerosas, pero no necesitan demostrar que son igual de exactas… De las noches no digo nada, soy gato –de Madrid- de día y siendo pardo, la multitud me tapa… Si el Tío Pepe hablara…






-¿Sí…?
-Hola, soy Lorena, ¿dónde estás…?
-Saliendo de currar, acabo de entrar al metro, en Sol, ya pasé el billete…
-¿Qué tal te va…?
-Va… que no es poco… ¿qué tal tú…?
- Bien, como siempre… ¿Arreglaste todo para León…?
- Está todo prácticamente cerrado… Me iré un mes antes de lo previsto…
-¿Encontraste piso…?
-Sí, no fue difícil… Pero…
-¿Qué te pasa…?
-Lore… Tú que me conoces… ¿Crees que merece la pena…?
-Pero mira que eres ‘tochuco’… Mira a tu alrededor… Al sitio en el que estás, siempre podrás volver…
-Lo sé…
- ¿Me llamarás…?
- No lo sé…
-Al final, lo vas a hacer… ¿verdad…?
-Adiós…








Desde allí, puedes sentarte, puedes mirar, puedes hacer lo que te venga en gana… Escapar o llevarme contigo de escapada; nada te retendría, todas las direcciones podrán ser tomadas… Sólo tú, con derecho a elegir cuál es tu camino, vía, avenida, rincón o plaza… ¿Cuál sería tu destino…? Da igual… Me tendrás esperando el Sol en la siguiente parada…
(J. B. V.)


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