viernes, 3 de febrero de 2006

¿Quién da la vez?


El otro día venía en el periódico (Diario de León del día 23 de enero) que en León el número de paradAs con carrera universitaria es tres veces superior al de paradOs. Que las oficinas del INEM se llenan todos los meses de pobres licenciadas en busca de trabajo, que los jóvenes acaban emigrando a otras localidades ante la escasa oferta de empleo con que contamos en este pozo en mitad del Camino de Santiago, que las mujeres son cada vez más numerosas en los estudios universitarios pero sin embargo son las más perjudicadas a la hora de encontrar primer empleo (y quien dice primero, dice segundo, tercero e incluso cuarto), y que según la franja de edad, las mujeres demandan un tipo u otro de trabajo. Verbigracia: entre 18 y 25 solicitan puestos de camareras, dependientas y azafatas; de 25 a 30, se olvidan de lo de ser camareras y azafatas y se conforman con ser dependientas; a partir de los 30 se ofrecen como limpiadoras... "o lo que salga". Qué triste, no? ¿Soy la única a la que este panorama le parece vergonzoso? ¿De qué nos sirve contar con un número tan alto de licenciad@s? ¿Si tenemos a los cerebritos trabajando de barrenderos, policías nacionales y, en el mejor de los casos, como secretari@s, quién está ocupando los puestos que nos corresponden?

Y una no puede dejar de sentirse afortunada cuando, por azar, responden a uno de sus miles de envíos con un CV a todo color, vistoso pero discreto, para ofrecerle trabajo. Un trabajo de mierda, por otra parte, pero trabajo al fin y al cabo. Ni contrato (no, no tengo contrato), ni sueldo digno (mejor no comentarlo), ni Seguridad Social, pero eso sí, es un trabajo. A ver quién me cree cuando diga que mi primer empleo fue como traductora (cosa que no deberían dudar, puesto que soy Licenciada en Traducción e Interpretación, hablo tres idiomas, tengo conocimientos de informática y don de gentes) de un libro que no conocerá nadie. Nótese que Licenciada está escrito con mayúscula, así, bien grande: LICENCIADA. ¿Por qué? Porque me da la gana, porque mi trabajo me costó llegar a serlo como para ahora no presumir de ello. Y porque lo soy. Hace unos años, cuando alguien decía que era licenciado... Otiáaa! Mecá! Fíjateee! Licenciado! O ingeniero. "Uy, el hijo de la Mary, que es ingeniero!" "¿Sí? ¿Ingeniero? Uy, madre, que chico más listo" "Cuidado, dejad paso al Ingeniero" (también con mayúsculas). Y el pobre ingeniero no se comía ni los mocos y acababa cosechando alfalfa con su padre, pero era Ingeniero! Y se lo rifaban los domingos al salir de misa, para invitar al Ingeniero a un vermú con aceitunas, porque codearse con el Ingeniero era palabra de Dios; "Lo ha dicho el Ingeniero" "Ah, vale, siendo asi...". Y ahora, cuando alguien te pregunta tú respondes "Soy traductora e intérprete" y la primera pregunta es "Ah, pero ¿eres actriz? Yo creí que hablabas idiomas"... Y te dan ganas de empezar a acordarte de la madre de quien te pregunta, pero sonríes, y dices que si, que hablas tres idiomas, que no tiene nada que ver con el teatro, que esa es otra interpretación (la que estás haciendo tú en ese preciso momento, que si te vieran los de la academia de cine de Hollywood te daban el Oscar a mejor interpretación y mejor guión original y/o adaptado sin dudarlo). Siguiente pregunta: "Ah, bueno, entonces te lloverán las ofertas para trabajar!" Y tú piensas "Claro, por eso estoy aqui hablando contigo, porque tengo un montón de ofertas encima de la mesa y estoy estudiando cual me convence, porque una lo vale y no se va a ir a cualquier sitio, no te j***". Pero sigues sonriendo, cada vez más incómoda, y respondes que bueno, que el mercado está mal para todos, que no es fácil, que estás buscando.... "Nada, nada, eso es que estás muy contenta en tu casita, con tu madre que te hace la comida todos los días y por eso no te quieres ir. Mucho vicio es lo que tenéis los jóvenes hoy en día, que en mis tiempos nos íbamos a trabajar a las eras 14 horas a pleno sol y no se nos ocurría protestar". Y ahí es cuando se te empieza a inflamar la yugular, la notas latir en el cuello, notas cómo la sangre se te va agolpando por momentos y crees que vas a soltar un chillido en plan comando, pero te muerdes la lengua, cuentas hasta 10 y con la misma sonrisa que se ha instalado en tu boca y parece no querer irse (y menos mal!) dices que bueno, que si, que en casa se está muy bien. Y es cuando se te pasa por la cabeza a la velocidad de la luz un día normal en tu casa: levantarse a las 9, desayuno, ducha, recoger las tazas del desayuno, ver si falta algo en casa, bajar a por el pan, ir a súper, hacer la compra, volver cargada de bolsas para darte cuenta de que te has olvidado de la botella de mistol justo cuando estás abriendo la puerta de casa, dejar las bolsas, volver corriendo a por el mistol, y de paso algo de fruta, poner la comida, poner la lavadora, limpiar el polvo en el salón que está indecente (de dónde sale tanta mierda?), limpiar los baños, ver si hay ropa para planchar (siempre la hay), vigilar que no se torre la comida... y entre pasada de estropajo y peladura de cebolla, intentar traducir un texto sobre criogenización y tratar de que tenga algún sentido, preparar las oposiciones, hacer las prácticas del CAP y tener todo listo para las 3, hora de comer, café y sobremesa, fregar los platos, barrer el suelo de la cocina (mañana sin pan, que me lo llenáis todo de migas). 10 minutos de reposo (el tiempo justo para que la crema hidratante haga algo de efecto y no me salgan escamas en las manos) y de vuelta a mi texto sobre criogenización, tres horas después ponte el chándal (moníiiisima) y vete a sudar un rato al gimnasio (media hora de cinta, 10 minutos de bici, 10 de step y 20 de máquinas), regreso a casa, una ducha, una cenita ligera, vistete de persona y sal a tomar un café y a jugar un parchís por aquello de tener (algo de) vida social, llega a casa a las 11 y ponte otra vez a traducir (que tienes de plazo hasta el 15 de febrero y tienes que acabar, que lo único que te falta es que no te de tiempo y no te paguen) (bueno, no tienes contrato, no te van a pagar de todas formas) (ya, pero tienes que acabar, que es el primer empleo, hay que quedar bien) (pero si te va a dar igual, si nadie se va a acordar de tí en cuanto lo entregues todo) (bueno, pero yo me quedo más tranquila si lo hago). A las 2 decides que ya está bien, que ya es hora, que te vas a la cama. Y a la mañana siguiente... vuelta a empezar. "Pues sí, señora, efectivamente en casita se está muy bien con mi madre haciéndome todo y yo viviendo del cuento y con muchos vicios, tiene usted toda la razón, si es que estoy muy mal acostumbrada." Y casi te dan ganas de añadir "y me voy a ir yendo, porque dentro de media hora mi madre me rasca la espalda y me da un masaje en los pies" pero te disculpas diciendo que tienes prisa, que ha sido un placer, que recuerdos a la familia, y ella te responde que "a ver si nos vemos otro día con más tiempo, dale recuerdos a tu madre... ¡y échale una mano en casa, mujer!".

Te vas alejando del lugar de los hechos mientras piensas que eres una super-mujer. No por todo lo que haces a lo largo del día (al fin y al cabo es nuestro destino mientras vosotros, hombres de poca fé y menos maña, no pongáis algo de vuestra parte), sino porque has conseguido no mandar a la paisana a la mierda y no perder la sonrisa, incluso puede que llegue a casa y le diga a su marido que "qué educada es la chica de los del 5º, Mariano, no veas qué educada, y qué formal!".

Resumiendo, que la máxima de "el que no trabaja es porque no quiere" se la podían meter algunos por donde les quepa, que ganas tenemos, e ilusión, de momento, también; pero si nadie nos da la oportunidad de demostrarlo no nos sirve de nada. Por cierto, voy a ver si no se me han quemado las patatas con carne, que parece que me huele, y de paso a traducir un poco, que esta vida tan reposada está haciendo estragos en mi ánimo.

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