domingo, 13 de mayo de 2007

Más vale tarde que nunca

Acabo de darme cuenta de que hace una semana fue el día de la madre. No quiero decir con esto que olvidara felicitar a mi madre el domingo pasado, que lo hice; sino que se me había olvidado dedicarle un post a mi mama.


Mi madre es esa mujer que acaba de cumplir los 50 pero está tan guapa como cuando tenía 20; esa mujer a la que le empiezan a preocupar las patas de gallo y las arrugas del cuello; esa mujer increíble que se niega a envejecer pero lleva sus años con una elegancia envidiable. Mi madre es la mujer más maravillosa que existe; la que ha pasado mil penurias a lo largo de su aún corta vida pero no pierde la sonrisa; la que nunca se queja; la que siempre está disponible para una cura de urgencia o un consejo; la que me lleva de compras para que le diga si esta falda le queda bien o este vestido es apropiado para ella; la que me dice que ya está viejita con cara de pena; la que se va a la cama después de un día agotador en el que se ha levantado antes de las 7 de la mañana y ha conseguido administrar el tiempo de tal forma que una superheroina de comic no le llegaría ni a la suela de los zapatos; la que con 23 añitos parió a esta que hoy escribe este pequeño homenaje; la que casi dejó de comer para poder llevarme a una buena guardería; la que nunca me negó nada; la que siempre ha estado ahí, por mal que me haya portado, por daño que le haya hecho; la que se enfrenta a los reveses de la vida con una actitud positiva; la que tiene un buen par y puede con todo y con todos; la que nunca ha llorado en voz alta; la que dejó de fumar para que yo me pusiera a régimen (aunque luego empezara a fumar otra vez a escondidas, ¿o crees que no lo sabía?); la que hacía viajes a Soria sólo para estar conmigo unas horas; la que comparte conmigo cafés con sacarina y algún dulce furtivo siempre con la frase a modo de prefacio de "¿quieres que me muera pronto?"; la que me sigue regañando por tener el cuarto hecho un desastre o por no poner la lavadora; la que me llama cuando salgo de viaje y me pregunta si me he olvidado de que tengo una madre; la que siempre tiene tiempo para mi; la que más se preocupa por mí; la que más me quiere, haga lo que haga, vaya a donde vaya; la que me mantuvo durante mis años de universitaria y lo sigue haciendo hoy dándome cama y comida; la que está deseando que lleguen sus vacaciones para poder ir al mercadillo de los martes; la que nunca pide nada a cambio, la que sacrificó tantas cosas por nosotros...

Esa gran mujer a la que tanto quiero (aunque te lo diga poco).

Qué suerte tengo de que tú seas mi madre, y si algún día yo tengo hijos, me gustaría ser la mitad de buena de lo que tú eres. No sé qué va a ser de mí el día que me faltes...


No te imaginas lo orgullosa que estoy de tí. ¿Y tú? ¿Estás orgullosa de mi?

martes, 1 de mayo de 2007

1 de mayo

Hoy es 1 de mayo, día del trabajo, o del trabajador, o como dice el chiste del periódico de hoy, el día del trabajo (a destajo, para poder pagar lo que debemos al banco). Y mientras los de cece-oo, como diría aquel del telediario, recorren con pancartas la Gran Vía, nos enteramos de que tenemos una nueva infanta, que se va a llamar Sofía, como la abuela materna... Me abstendré esta vez de dedecarle el post a la nueva criatura, porque esta vez seguro que no me iba a comportar con tanta educación y cortesía como con su hermana mayor.

Y yo sigo con el periódico de hoy, que me informa de que en León somos pioneros en un proyecto de vigilancia aérea sin piloto, o sea, que tenemos 3 aviones de papel sobrevolándonos para controlar que no hay situaciones de emergencia, catástrofes o incendios.

Y siguen subiendo los tipos de interés y las hipotecas, y mientras tanto el presidente del Banco Mundial se pasea con los calcetines rotos y se pone para la foto sin ningún pudor. Y resulta que sólo el año pasado, casi 2000 jóvenes abandonaron la provincia de León en busca de una oportunidad laboral que, dicho sea de paso, en León no abundan.


Así que no deja de venirme a la cabeza un titular que leí en el mismo periódico hace unos días. Rezaba algo así como "Los jóvenes conjugan el verbo marchar de León".

Marchar, y no marcharse. Marchar, como Napoleón y Aníbal marcharon con todo su ejército; marchar, como los militares marchan en sus desfiles con cierto orden y compás.


Marchar, ir en su forma reflexiva.

Marchar, andar, funcionar, referido a una máquina.

Marchar... que en una de sus formas coloquiales equivale a sobrellevar una situación más o menos prolongada; o perder en un enfrentamiento.


No sé por qué me da que los jóvenes de León lo que hacemos es aplicarnos la tercera acepción: sobrellevar una situación prolongada y sin intención de cambiar, ni siquiera para peor; y perdemos tiempo y esperanzas al enfrentarnos a la triste realidad: no podemos quedarnos. Porque en León no decimos "me marcho" sino "marcho". Y nos vamos, marchamos.

Marchamos porque no hay nada que hacer aquí; marchamos porque es la única forma de rebeldía posible; marchamos porque queremos trabajar, queremos crecer.

Marchamos, liegeros de equipaje, en busca de El Dorado, sin echar la vista atrás y con la mirada perdida entre el miedo a lo nuevo, a lo desconocido, y la ilusión de que es posible lograrlo.