miércoles, 2 de agosto de 2006

Óxido en los bolsillos

Se me ha oxidado el bolsillo.

No sé como ha sido, no sé cuándo pasó, pero esta mañana, al meter la mano en el bolsillo del pantalón me encontré una capa de herrumbre rugosa y dura.

Igual fue el cubito de hielo que me diste hace dos semanas, en aquella discoteca; y con el aire del mar se fue oxidando.
O igual fue el agua del río, cuando lo cruzamos para cazar mariposas con las manos.
No... creo que ha sido la lágrima que se me cayó anoche.
Ya sé que juré no volver a derramar ni una sola, pero es que...


Se me ha oxidado el lagrimal.

Tampoco sé cómo ocurrió ni a qué se debió, sólo sé que se me ha oxidado el lagrimal.

Y no veas cómo escuece intentar quitar la herrumbre para llorar. Las esquirlas se van comiendo el verde de mis ojos y ya parecen oxidados también, a fuerza de contagiarse del marrón anaranjado que se acerca.

Igual así dejo de llorar... porque duele intentarlo.

Se me ha oxidado también la mano derecha.
De tanto limpiar lágrimas oxidadas y sacar óxido de los bolsillos acabó por contagiarse.
De tanto escribirte mares de angustia acabó por tomar la tonalidad anaranjada de los clavos viejos.
De tanto recordar su paso por tu espalda mojada y echar de menos su tacto.
De tanto añorar risas y caricias.

Ahora sólo espero que se me oxide también el ventrículo izquierdo, ese que siempre me recuerda que la vida es sueño y que los sueños, sueños son.

Y mientras te sueño, no siento el frío ni su olor.

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