miércoles, 9 de junio de 2010

SEVILLA

[En tus alas polvorientas,
hay temor a los comienzos,
yo deshielo tu camino
con sal del mar que ayer nos vio jurar nunca perdernos.]


¿Ya estás tarareando recuerdos? ...Si.(Huertas, 18:30)
Siempre había sido ágil observadora, llegaba a mi mucho antes que yo y me sorprendía terminándome frases, por más que intentaba crear cualquier subterfugio siempre encontraba pesquisas de lo que mascullaba entre dientes y terminaba repitiéndome la misma frase: o lo sueltas o te muerdo la boca!. Yo nunca se lo hacía saber, uno tiene sus vicios.

Habíamos pedido la cuarta o la quinta copa cuando caí en la cuenta de que era lo que me andaba rondando la cabeza. Belén Urquijo estaba haciendo las veces de parteneur de un chico sueco que andaba perdido por Madrid, probablemente le estuviera dando la dirección del piso que compartía con Raquel aunque cabe la posibilidad de que solo se estuviera divirtiendo, todo como de costumbre adquiría un tono surrealista en El Mondo, una gruta cercana a Plaza España en la que nos descubrimos casi sin querer y a la que bautizamos como "cristal palace" por la dilatación de las pupilas del círculo de gentiles que frecuentaban aquel antro tan romántico y congestionado de gritos.

- ¿Has dado ya con lo que te tiene así?
- Creo que si, bueno, se que algo tiene sentido hoy, pero no se que es.
- A veces te explicas como un libro abierto...¿has pagado tu?
- Si.
-Te lo compenso luego.


Le siguió los pasos a Belén y se puso a bailar con lo que supongo que sería un compañero del sueco, perdido en un ámbito inmoral y lleno de sustancias químicas que, bajo mi punto de vista, habían probado. Se dio la vuelta regalándome un guiño y jugó con su copa mientras practicaba inglés (seguro que se acercó por eso...o eso quiero pensar [a veces soy feliz auto-engañándome]). Mientras las chicas llevaban rato asegurándose unas risas, Mario (el propietario del tugurio) al que apodábamos cariñosamente el amo del calabozo intentaba comentarme algo desde detrás de la barra, advirtiendo mis gestos de sordera transitoria pegó un salto y se sentó en el taburete de mi izquierda.

- ¿Qué te pasa esta noche, tronco?
- Nada, creo que voy a parar en esta, llevo a cuestas un nivel importante.
- Ayer vino sola, hacía mucho tiempo que no venia sin compañía, ¿os pasa algo?
- ¡Claro!,¡ joder Mario!,¡ eso es!...¡nos pasa algo!
- ¿Qué cojones dices? ¡Que si estáis mal!, mira que yo eso lo veo venir...
- ¡Pues que Dios te conserve el oído cabrón!


Dejé a Mario en su trono con los brazos apoyados en la barra gritando que en su local a Dios ni se le mienta ni se le espera mientras rastreaba la sala para buscarla y contarle que pasaba algo, que algo tenía sentido pero no para mi, al menos no solo para mi. "Ahí está"!, derrochando la madrugada que le queda, jugando a ser otra y mirando como los miraba a todos...¿cómo los miraba a todos?...nunca advertí como me miraba a mi hasta que el amo del calabozo, totalmente sin querer, dio con una frase simple que encendió todas mis alertas. Decidido a explicarle lo que acababa de entender, frené en seco. ¿Cómo puedo pensar que algo ha cambiado en los dos si ni siquiera le he preguntado?; ¿Qué tengo que preguntar? Era lógico que no advirtiera que la estaba observando, su propio micromundo personal había empezado a fabricar la burbuja donde usualmente se alquilaba unos minutos al día, estaba centrada en conocer, observar, omitir lo que no le convencía y seguir engañando a cualquiera que le condensara vapor en el oído, pero pudiera aportarle algo interesante, le gustaba cazar "palabras-tesoro" como ella misma las definía: "Cualquier gilipollas puede arreglarte el día si después de una sarta de estupideces te deja una frase útil, escuchar es gratis, pequeño".
Absorto en mi paranoia una mano me alcanzó la espalda, ¡Ivan!.
Iván era un sempiterno de aquella sala, bohemio, desgarbado y algo distraído estudiaba filosofía en la complutense y de cuando en vez la anatomía de Belén (entre otras), me dió un abrazo y me susurró un resultado al oído: 2-0 que "pedazo" de atleti tengo macho, ¿qué hacéis por aquí?. Le expliqué que habíamos decidido salir a última hora, desde hace tiempo no parábamos quietos, aun en el piso siempre teníamos algo que hacer o algún proyecto por terminar, sueño por cumplir o fantasía que hacer realidad.

- Te estás quedando en los huesos tronco, si no fuese porque se que eres otro ruinas...
- Ni "pa" drogas tengo, estoy ahorrando para pobre, por cierto, ¿no es tarde para ti?
- Mi jefe también es del atleti, cuando gana siempre le da los turnos malos a los merengones.
- Yo curro a las 11, otra modelillo anónima
- ¿Tú solo o vais los dos?
- Yo solo, a esta mañana no la despierta ni Dios
- Voy a ver al amo del calabozo, creo que los primos le bajaron licor-café, ¿te hace?


Levanté la copa que llevaba en la mano en señal de que ya estaba servido y regresé a mis cavilaciones y cuando quise darme cuenta la tenía delante robándome otro beso, uno de esos besos enanos que se podrían contar en milisegundos y sin embargo nunca consigo olvidar, cosa rara en mi porque la memoria de post-it que gasto nunca almacena nada a escalas industriales. Sus manos se me entrelazaban en la cintura y se desdibujaban detrás de mi camiseta, todo parecía ser exclusivo para un "nosotros" cuando de repente regresé a algún punto en el tiempo que no lograba ubicar con claridad. Una discoteca, un beso pequeño pero cargado de sensaciones y sus ojos clavados en mis ojos con una energía tal que hizo desaparecer todo a nuestro alrededor, se que puede sonar a frase típica y prefabricada pero en aquel momento y con un gesto tan simple consiguió aislarme de todo, perdonen si no encuentro mejor manera de relatar lo vivido.

¿Habían intentado mirarme así alguna vez?, quizá más de una o quizá ninguna, no lo tenía nada claro, pero nunca nadie (si es que lo habían hecho) logró hacerme percibir esa sensación. No me sentía especial, ni único, estaba en paz y aquella situación que realmente duraría unos pocos segundos me pareció eterna y se quedó perpetua en uno de esos post-it de mi disco duro personal, me miraba feliz, ahora si tenía motivos para creer que algo nos pasaba a los dos tal como predijo Mario, algo tenía sentido no solo para mi, el hecho de que yo estuviera allí, ella me mirara y estuviéramos convirtiendo aquel instante en un "nosotros" nos hacía intensamente felices, el hecho de pasar gran parte del día juntos nos hacía felices, buscar los espacios de soledad personal y respetarlos nos hacía felices, no hablar de amor nos hacía felices, separarnos para volvernos a encontrar era la mejor terapia que existía para mantener la incertidumbre de la búsqueda...claro!, lo estábamos haciendo bien y, lo más importante, ninguno de los dos daba señales de querer dejar de hacerlo.

- Me haces falta (dijo rompiendo el silencio)
- No pienso cantarte una canción
- Pues llévame a casa y te la canto yo a ti
- ¿Y Belén?
- Ha encontrado a Iván, estaba bebiendo una cosa muy rara, ¿apuro el cubata y nos largamos?
-Es licor-café, un licor casero de Galicia, muy bueno por cierto.
- Jajajajaja!, te digo que me lleves a la habitación y tu pensando en licores, ¡Canalla!
- Eso que suena es ...
- Sabina, Mario estará intentando echar ya a la gente y tu tienes que trabajar a las 11
- Qué asco
- Son las 7, tranquilo, te voy a tener entretenido hasta las 10.


7:40 h. Caminando por Madrid, bien podía ser el efecto de la ginebra o estar escuchándola hablar sobre Suecia un buen rato, todo giraba en torno a ensoñaciones opacas que mañana probablemente serían solo recuerdo. Todo, absolutamente cada baldosa enladrillada al suelo, cada chino vendiendo comida caliente tenía sentido esa noche... ¿Por qué?, quizá Mario tuviese toda la razón del mundo o había dado con el jack point por pura casualidad. Me paré y siguió caminando unos metros, casi sin darnos cuenta habíamos llegado a Fuencarral, cerquita del zulo que me apañé en Sol, la inercia nos hacía caminar al mismo norte (que ironía) de siempre, una bendita rutina que acatábamos con disciplina marcial, pero ¿con ganas? Me quedé en silencio unos segundos, algo tuvo que notar porque se acercó titubeando y casi con una pena reconocible (o eso me pareció a mi)comenzó a hablarme: estas distante, estas fuera, desde ayer no te encuentro y tengo la sensación de que tu tampoco te ubicas muy bien, ¿quieres que nos vayamos de aquí o...? ; Detuve su mini-discurso acariciándole los labios con un dedo.

- ¿Sabes que nunca he disfrutado tanto de nada?
- Alex, yo...
- No necesitas decir nada, no quiero pisar el acelerador, no tengo ningún miedo, solo disfruto
- ¿Entonces qué es lo que te tiene así?
- Que ya he estado en una ciudad que no es mía, ya me han mirado con ternura, ya he probado lo que es estar una noche y otra abrazado a alguien por quien podrías dar la vida sin explicarlo y ya me han hecho daño. Ya he visto a la vida de cerca, he estado en todas partes, he sentido el miedo más perro, el frio y el calor más inhumano, el cariño más incondicional, el arte, las costumbres...he vivido casi todo lo que se puede querer vivir...
- ¿Y...?
- Que la conclusión que saco es que solo a tu lado todas esas cosas tienen sentido, la conclusión es que todo lo que me queda por vivir tiene ganas de vivirlo contigo porque así...
- ...así todo tiene sentido.


Volvía a terminarme una frase, volvía a encontrarme mucho antes de que yo llegara, todo tenía sentido y esta vez era para los dos, me lo decía sin hablar o al menos eso creía entender yo, no nos ligaba nada, podíamos huir por que no había motivos para permanecer allí observándonos como dos desconocidos que al encontrarse tienen la certeza de mirarse con ojos diferentes. ¡Ojos diferentes!, ¡es así como me mira!, como la miro yo, como no miramos a nadie.

- Vas a quedarte callado, ¿verdad?.
- Voy a comerte a besos
- ¿Y si te digo algo que te estorbe?
- Dispara
- Te quiero


Dominado y sorprendido. Aquella rebelde fotógrafa de ojos verdes enormes y zapatillas gastadas de andar, subversiva, cosmopolita y golfa estaba abriendo su corazón a un canalla de La Vega. Aquella irreductible fortaleza de los días anteriores se nos había caído en los pies y no sabíamos qué hacer con lo que se escondía tras los muros. Nos besamos en todas las esquinas que encontramos camino a casa, nos miramos en todo momento, aún con los ojos cerrados, sabíamos que sería difícil pero teníamos ganas y predilección por estar lo más cerca posible el uno del otro...no recuerdo a qué hora llegamos al piso, ni como abrí, ni si despertamos a alguno de los octogenarios habitantes de mi bloque, solo se que le dije yo también unas mil veces sin cruzar palabra alguna. A las 10 sonó una alarma y aun estábamos el uno encima del otro y viceversa, midiendo la cama por palmos y ahogándola poco a poco.

- Tienes que irte, cariño
- ¿Cariño? ¿Desde cuándo sabes lo que significa esa palabra?
- Jajajajaja, se me ha escapado.


Se levantó para poner la radio un rato y cuando la encendió, voilâ, Ruido de Joaquin sabina, en directo y sin vaselina....comenzó a reírse a carcajadas y me miró.

- ¿Qué atino verdad? Se perfectamente lo que estas pensando.

Es la primera vez que se equivocaba, yo solo podía pensar al verla cuanto me gustaba mirarla desnuda.
Salí de casa en busca de mi compañero Rodri, un estudiante de fotografía que vivía a caballo entre Madrid e Ibiza, llegaba tarde a la cita en Gran Vía para hacer fotos en el parque Juan Carlos I, uno de esos parques de Madrid que tiene peculiaridades como el arte abstracto a pié de graffitti o una "estufa fría", la vida moderna. Pude terminar la sesión bien y Rodri, con sus prisas usuales me invitó a dejarme en una estación de metro para que volviese a casa porque él tenía no se cuantas cosas que hacer.

No sabía muy bien donde me había soltado y justo cuando vi la primera boca sonó mi móvil.

- Hola mamá
- Que tal hijo, ¿todo bien por "los Madriles"?
- Perfecto
- ¿Cómo está Raquel?
- Dormida madre, llama a mi casa y despiértala si tienes paciencia y ganas
- "Uish" dormida a las dos de la tarde. Has trabajado hoy ¿no?
- Sí, más de lo mismo, oye, voy a entrar en el metro así que te dejo
- ¿Dónde estás ahora mismo?


Miré el nombre de la parada para poder decírselo con más precisión. Fue entonces cuando recordé a mi hermano Miguel y sus domingos de cerveza, a Manu y su bicicleta, a mi hermana Alba despertándose a las 10 de la mañana y preparándonos café, a mi abuela limpiando un patio lleno de geranios, a mi tía echándole clavo al cocido, a mi gente que ya estaría casi descalza, a lo que viví encerrado en mi cuarto mientras crecía, al olor a sal que llega desde la marisma a la ventana...

- Estoy en Sevilla, madre
- ¡Aquí! (gritó)
- No, en la estación de metro de Madrid, la estación de Sevilla
- Qué susto me has dado
- No te preocupes, estoy como en casa, os quiero.
- Hijo, cuídate y no cojas frio y vuelve a casa si nos necesitas
- No te preocupes madre, desde hace poco Madrid por fin tiene mucho sentido.


Colgué el teléfono y antes de bajar la escalera llamé a mi piso. Me contestó un intento de persona que aparentaba bastante bien ser un zombi o algo parecido.

- ¿Sí?
- Voy a casa, te llevo algo de comer.
- Ahórratelo, quiero seguir donde lo dejamos
- Ok, entonces yo también te quiero
- Ven pronto, por favor
- ¿Por qué esa prisa?
- Te necesito
- No pienso cantarte ninguna canción
- Entonces déjame que te la cante yo.


A día de hoy Madrid no es mi casa, pero esa estación, el tugurio y ese piso forman parte de algo que, con más fuerza que nunca y esté donde esté, tiene sentido.

(Alex Martos Candil)


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