martes, 5 de septiembre de 2006

Oda a los viejos amigos



Hace años todos los veranos pasaba un mes en una playita de la costa pontevedresa. Allí conocí a ciertos muchachillos imberbes por entonces que se han convertido hoy en hombres de pelo en pecho (y mierda en las rodillas), aunque he de reconocer que el tiempo ha pasado por todos.

De todos ellos, al único que sigo aburriendo casi a diario con mis historias es mi incondicional Diego (Keko para los amigos, al menos por entonces), poco amigo de palabras pero buen compañero de camino a lo largo de estos escasos 13 años; que nunca olvidó un cumpleaños y siempre firmó una postal navideña que guardo con cariño quizás en recuerdo de aquellos buenos viejos tiempos.

Quiso el destino que nos volviéramos a reunir, 13 años después, en Ponferrada; sirvió de intercesor el Maestro Sabina, al que ambos admiramos; y como garantía un par de entradas sin las que sería imposible presenciar la azaña. Y quiso el tiempo pasado que las arrugas no nos castigaran demasiado y las canas perdonasen nuestras cabelleras, más corta la suya, más rubia la mía. Más altos, más "hombres", más viejos, igual de pobres, pero con mil anécdotas por recordar y la promesa de un nuevo encuentro. Eso sí: ¡esta vez que no pasen otros 13!

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