martes, 12 de septiembre de 2006

Volver a empezar

La vida se compone de retales y esbozos que, como todo, tienen un principio y un fin. Son etapas que se van quemando, quedando atrás para dejar paso a las nuevas, a nuevos ciclos, a nuevos acontecimientos, a nuevas formas de enfrentarse a ellos.

En la mitología griega, el CAOS era la sustancia primordial de la que nació el universo. La teoría del caos afirma que todo movimiento desencadena una serie de acontecimientos: "Un ejemplo de tal sensibilidad es el así llamado efecto mariposa, donde el aleteo de las alas de una mariposa se supone que crea delicados cambios en la atmósfera, los cuales durante el curso del tiempo se modifican hasta hacer que ocurra algo tan dramático como un tornado. La mariposa aleteando sus alas representa un pequeño cambio en las condiciones iniciales del sistema, el cual causa una cadena de eventos que lleva a fenómenos a gran escala como tornados. Si la mariposa no hubiera agitado sus alas, la trayectoria del sistema hubiera podido ser muy distinta."

Algo semejante es lo que ocurre cuando te vas de casa y decides regresar al cabo de un tiempo. El efecto mariposa se manifiesta de inmediato. La mariposa es el hecho de haberte ido de casa; el primer mes todo sigue igual, pero sin tí; el segundo mes tu madre empieza a hacer pequeños cambios en tu "espacio vital" (tu habitación) porque ya no la usas a menudo; el tercer mes en tu habitación se abre, por primera vez, la tabla de la plancha. Cuando vuelves a casa en navidades te das cuenta de que hay algo que no encaja, algo que sabes que no debería estar ahí y sin embargo está. Además empiezas a buscar tus cosas en los lugares donde antes estaban y te das cuenta de que el cajón de los calcetines ahora alberga toallas (primera incongruencia); las perchas donde colgaste el abrigo ahora muestran el vestido de la boda de la prima Emilia y un chambergo con olor a antipolillas que lucía tu padre cuando los beattles arrasaban en las pistas de baile (segunda incongruencia); pero al fin y al cabo te das cuenta de que sólo vas a estar en casa dos semanas, asi que no le das mucha importancia.

Llega semana santa y al llegar a casa ves que tu cama es ahora un "sofá de la siesta", tu escritorio se ha convertido en la mesa de dibujo de tu hermano y tus cosas han sido relegadas "al tercer cajón del armario".
-Bah- piensas, - total, en una semana me voy...

Junio, fin de curso, exámenes y vuelta a casa. Llegas cargada de maletas con unas ganas terribles de volver a ocupar tu habitación y... ¿qué te encuentras? Que tu habitación es un zafarrancho de combate! Menos lo que tú dejaste allí hay de casi todo; al irte dejabas (muy ordenado, por supuesto) una cama, el escritorio, la silla, el ordenador, libros y apuntes pasados, CDs que no te llevaste porque ya no cabían en la maleta, ropa estratégicamente doblada en el armario y el pijama debajo de la almohada, un compartimento en el armario del baño con todos tus potingues, la servilleta echa un nudo en el cajón de la mesa de la cocina y fotos de amigos/as , novios/as, conocidos pegados en la pared. Ahora la miras y no la reconoces: la pared sigue siendo del mismo color (es lo único que sigue como lo recuerdas), pero las fotos han sido tapadas por calendarios y posters varios; la cama ha dado media vuelta y ahora ocupa un espacio mínimo pegada a la pared, que así sirve de sofá (¿para qué?); el escritorio está "excesivamente ordenado", los cajones ya no tienen cuadernos, tijeras, bolis de colores, el taco de post-it, la grapadora y la agenda (por cierto... dónde está mi agenda?), la silla se ha reproducido por esporas y ahora tiene carnet de familia numerosa (hasta 4 sillas llegas a contar), la tabla de la plancha se ha hecho fuerte en un rincón y amenaza con atrincherarse; el armario es un colorido muestrario de toallas, sábanas, manteles, abrigos con solera, tus libros ya no están ahí, hay una fila extra por delante con las nuevas adquisiciones familiares; las pertenencias que dejaste en el baño se camuflan (acojonadas las pobres) entre cepillos para los zapatos y el paquete de papel higiénico; y por supuesto, tratar de buscar tu servilleta en la cocina es casi un trabajo hercúleo.

Pues bien, añádase a este cóctel una ausencia permanente de 8 años y ¿qué obtendremos?

Que llegas a casa y lo primero que te dice tu madre es: Niña, no me desordenes la habitación que la tengo muy colocadita y limpia. Así que, armándote de valor, empuñas la maleta y avanzas por el pasillo con temblores en las rodillas y la boca seca. Empiezas a pensar "la reconoceré? me reconocerá ella a mi?". Llegó el momento, final del pasillo, la puerta está abierta, invitándote a entrar, huele a limpio y a escoba de madre, respira hondo, gira la cabeza a la izquierda con miedo, atrévete a dar el primer paso... ya estás dentro, todo parece normal, más o menos, bien, no ha sido tan duro. Abres la maleta para sacar las camisas y todo lo que se puede arrugar y al abrir la puerta del armario... tu gozo en un pozo: está invadido. Buscas soluciones alternativas (requisar perchas adicionales en el armario de tu hermano y hacerles un hueco en el tuyo, con miedo por si se revelan los abrigos de tu madre y linchan a tus pobres faldas) y la primera fase concluye con OK en el frente. Segunda fase: abrir los cajones para meter los vaqueros. Retirada obligada; está todo lleno, no cabrían ni los tangas, así que desistes, segundo cajón: lo mismo, ni sacando la mitad te cabría algo; tercer intento, tercer cajón: muerte por KO. Optas por volver a meter los vaqueros en la maleta y la camuflas bajo la tabla de la plancha. Ponte cómoda y a charlar con la mama. ¿Y mis zapatillas? Mama... ¿y mis zapatillas? Ah, sí, hija! están en la terraza, como las lavé en navidades y no las volviste a usar...

Pero lo mejor no es eso, sino cuando tu madre, al poco de llegar, se asoma a lo que era tu habitación y con una mano en alto y los ojos en blanco te dice: "Niña! Pero ya estás dejando mierda por el medio? Haz el favor de sacar las cosas de la maleta y guardarla!" Vale, mami, pero... dónde???? "Si es que eres tan desordenada... no se puede colocar nada en esta habitación porque en cuanto llegas ya lo tienes todo por ahi desparramado!" Mamá... no puedo sacarlo porque no tengo sitio donde guardarlo... "Siempre poniendo pegas, desde luego hija, te vale cualquier excusa. Más te vale que vayas espabilando porque cuando tengas tu casa, como sigas así de caótica, no vas a encontrar nada"...

Gráfico, ¿verdad? Pues no me he inventado nada. La historia de mi vida ha sido así una vez al año desde 1998. Llegó el 2005 y con todas mis maletas me presenté otra vez en León, conseguí hacerme mi sitio en mi habitación y cuando ya había logrado que mi padre no fume dentro me toca irme otra vez. La buena noticia es que dentro de 2 semanas vuelvo a reconquistar mi territorio, y para prevenir disgustos he ido dejando cada vez más cosas en casa, solo para que mi madre se vaya haciend a la idea de que mi cuarto es demasiado pequeño para albergarnos a la tabla de la plancha y a mi, una de las dos tendrá que batirse en retirada...

Por el estado de mi cuenta bancaria espero que sea la plancha.

2 comentarios:

jordi dijo...

Cuando sali de casa, aprovecharon para remodelar la habitación, que fue convertida en saloncito televisivo, en el que se fuma se come y se bebe. Cortarón por lo sano con el "vuelve a casa vuelve"!!!!

besos

Anónimo dijo...

Puedes volver sin miedo, ya tienes tu habitación sin tabla de planchar, sin sillas (ninguna), sin mesa, sin cama, sin libros, sin.... ¡¡¡Me vas a oir cuando llegues!!! Besos.