viernes, 17 de agosto de 2007

Las bicicletas son para el verano


Al menos para los veranos de pueblo.

Y a mí me encanta mi pueblo.

Desde que era un bebé he pasado largas temporadas en el pueblo. Tal vez gracias al hecho de que mi padre sea de pueblo... El caso es que todos los veranos los recuerdo divididos; mitad en la playa y mitad en el pueblo.

Cuando era niña no recuerdo haber tenido grandes amistades entre los chiquillos del pueblo; de hecho, no recuerdo haber tenido grandes amistades en ningún sitio hasta hace unos años. No recuerdo correr por las calles con "los rapaces", ni bañarme en el río con ellos, pero sí recuerdo verles pasar desde lejos, oir sus risas al chapotear en el agua. Después llegó mi hermano, y ya tenía entretenimiento; y luego todos mis primos, que llegaron uno detrás de otro. Fue entonces cuando empecé a salir por el pueblo con todos los chicos. Digo chicos porque en el pueblo sólo había otras 3 chicas, pero nunca quisieron saber nada de mí, así que yo me lo pasaba en grande intentando ser como ellos; si habia que tirarse en bicicleta por la cuesta del cementerio yo era la primera en hacerlo, y también la primera en dejar las rodillas y los codos en el asfalto o en cualquier camino de tierra, o en saltar desde un manzano al río, o en jugar a fútbol en una pista de cemento con las consecuentes magulladuras, pero sin quejarse ni una sola vez con tal de no oir el famoso "cobarde, gallina, capitán de las sardinas".

Me gusta mi pueblo porque aquí es donde vengo siempre que necesito descansar.
Me gusta porque seguimos siendo una pandilla de "rapaces" muy diferente, muy variada. Porque en los pueblos no hay distinciones de edad y puedes pasar toda una tarde con gente de 18 o de 35; porque en los pueblos son los mayores los que te enseñan dónde están los mejores nidos para ir a robar huevos, dónde están las mejores pistas para ir a hacer el cafre con la bici, dónde están los pozos más profundos del río para poder tirarte de cabeza... También son los mayores los que te dan la primera cerveza, el primer trago de vino, el primer cigarro, el primer canuto. Y también de los mayores recibes las primeras collejas, los primeros caponazos, las primeras broncas, el primer gran enfado que se arregla con un apretón de manos al día siguiente. Los mayores te hacen pensar en las chicas (en mi caso aprendí por contraste) y en lo que esconden bajo la falda. Es en los pueblos donde cada metedura de pata se recuerda durante años como anecdota con la que reir y no como lastre vitalicio. En los pueblos los apodos y motes te acompañan hasta el final y aunque sufran variaciones a lo largo de la historia, a mi se me sigue conociendo como "La de Manolín, el de Centeno" -no deja de resultarme extraño ser de las pocas que no tienen apodo, al menos conocido-.

Hace unos días leí en
http://www.1000horas.com/ un post que me hizo pensar en todos esos detalles que sólo se dan en los pueblos, o para no faltar a la verdad, fue un comentario en ese post lo que me hizo recordarlos. Resulta divertido saber que las chiquilladas siguen siendo las mismas año tras año, generación tras generación. Resulta divertido pensar que las cosas pueden arreglarse en los pueblos en la barra del bar delante de un vino o en una partida de subasta.

Son divertidas las verbenas, con sus pasodobles y jotas, con el cha-ca-chá del tren. Resulta agradable llegar al bar y que sepan cómo me gusta el café, sin necesidad de pedirlo. Resulta relajante dar un paseo en bici, porque las bicicletas son para el verano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo la verdad es que no he tenido la oportunidad de pasar los veranos en un pueblo. Una buena costumbre de la que tengo constancia gracias a mis familiares.

Recuerdo muchas veces a mi primo Dani como me contaba sus peripecias de cada verano que se iba a pasar a Azué (Córdoba). También recuerdo que cada vez que me lo contaba, siempre le contestaba con un "el año que viene me voy contigo".

Ya tuve la ocasión de conocer Azué... igual algún día de estos tengo la oportunidad de conocer Vega de Magaz.