jueves, 9 de agosto de 2007

Morriña

Ahora sí, llegó el final. Se acabó la estancia en Coruña y todo lo que eso significa, es decir, las gaviotas, la torre de Hércules, la plaza de Pontevedra, Monte Alto, la calle Orzán, la Repichoca, las tardes al sol en Riazor, las excursiones de fin de semana, el mar...

Creo que por lo que más voy a sentir irme de aquí es por la playa y el mar. Por alguna extraña razón siento una especie de atracción fatal hacia el mar, al menos desde que tengo uso de razón. Siempre me ha gustado contemplar su grandeza, su azul verdoso, escuchar las olas rompiendo en la orilla, sentir cómo la arena se escapa entre los dedos... Las primeras vacaciones que recuerdo ya tenían mar; tal vez por eso lo asocio a estío, a levantarse tarde y acostarse más tarde aún, a tardes de playa y noches de terraza. Recuerdo que, junto a mi prima Lorena, el mayor anhelo era que el día amaneciera despejado; recuerdo despertar y correr a subir la persiana para ver cuánto brillaba el sol porque eso significaba un día más de playa; recuerdo recorrer junto a mi tía y mi madre los mercadillos de la zona en busca de una ganga que poder estrenar por la noche, ya fueran toallas o camisetas, bolsos o bañadores; recuerdo las nécoras que siempre servían de entrante a la comida; recuerdo meternos en el coche para bajar a la playa cargados con sombrilla, toallas, esterillas, crema solar, cubos, palas, flotadores, sillas, la bolsa nevera, el walkman (aun no había discman, y si lo había, no lo conocíamos), etc; recuerdo que Lorena y yo contábamos las horas que nos faltaban de religiosa digestión para saltar de la toalla y pasar horas y horas a remojo, tantas horas que el arañazo que me hice jugando con las palas en casa se convirtió al día siguiente en una cicatriz que aún conservo en la pierna izquierda gracias a que me pasé toda la tarde en remojo (y las siguientes 4 tardes, que mi madre sólo me dejaba darme baños regulares cada hora de exactamente 5 minutos para no abrir más la herida); recuerdo que éramos incansables, que el único aburrimiento era ver llover, que no había agobios, estrés ni preocupaciones; que mirábamos asombradas a nuestras respectivas madres y pensábamos cómo rayos eran capaces de aguantar boca arriba en la toalla tanto rato sin fruncir el ceño; que conseguir pasar del bañador de niña al bikini de aros era muestra de que ya éramos "mayores"; que el mejor trofeo era llegar a casa y ver delante del espejo las marcas del sol en la espalda, y eso lo conseguíamos colocando los tirantes en el mismo lugar un día tras otro, para que así el blanco siempre fuera blanco y contrastara con la piel bronceada; que la merienda consistía en un bocadillo, una pieza de fruta, un helado, un refresco y media botella de agua de mi padre y sin embargo no engordábamos; que las noches pasaban en una terraza degustando helados y batidos hasta que conseguimos probar todos los que aparecían en la carta; que las tardes que llovía el entretenimiento consistía en jugar al mus en unas partidas que siempre ganábamos mi padre y yo porque Lorena se comía las ciruelas que nos servían de amarracos y mi madre perdía a cuenta; que el chico más guapo en nuestras vidas y con el que juramos en secreto casarnos algún día llevaba un bañador rojo y nunca supimos cómo se llamaba, tan sólo que tendría unos 10 años más que nosotras pero era increiblemente guapo; que los amigos del verano anterior volvían a aparecer un año más en el mismo punto de la playa para continuar las conversaciones en el mismo sitio donde las habíamos dejado, aunque un año más mayores, pero iguales en el fondo; recuerdo la pena que daba saber que se acababa el mes y tocaba volver a casa... recuerdo tantas cosas cerca del mar...

Hoy las cosas son un poco diferentes, sobre todo porque este verano la playa la he disfrutado a solas; en primer lugar por eso, por la soledad, llegar a la playa, extender mi toalla y cerrar los ojos escuchando el ruido del mar; en segundo lugar porque los baños han sido más breves pero las tardes con los pies en remojo paseando de punta a punta han ganado terreno a los concursos de inmersión con Lorena; en tercer lugar, porque me he dado cuenta de que me estoy haciendo mayor, puesto que soy capaz de aguantar más de una hora al sol boca arriba como hacían mi madre y mi tía; en cuarto lugar porque esta vez no ha habido meriendas, ni carreras interminables; en quinto lugar porque me acordé de los infernales paseos por la arena a los que mi hermano y yo estábamos condenados debido a nuestros pies planos y la feliz recomendación del médico de caminar descalzos sobre arena o césped media hora al día, tortura a la que mi madre nos sometía día tras día y que este verano se me ha hecho menos tediosa que entonces, tal vez también porque me hago mayor, o porque entiendo cosas que entonces no entendía, o porque realmente la opción de pasear no es tan mala idea al fin y al cabo.

Por todas esas razones y alguna más el mar significa para mí un montón de cosas; me da paz, me da energía, me da tiempo y espacio para pensar, me alegra. Sólo el hecho de saber que está cerca hace que me sienta bien, y poder observarlo me anestesia casi hasta el borde de la inconsciencia y me transporta a un mundo que no se muy bien donde está ni por donde se va, pero en el que me siento feliz.

Esta mañana hablaba de esto mismo con un amigo al que envidio por vivir en medio del paraíso, y me resultó grato saber que no soy la única que aprecia el silencio ruidoso de una playa, o del romper de las olas contra las rocas detrás del auditorio, o de lo rico que está el café con una pizca de canela, o de lo bien que nos lo pasaríamos pinchando música en un bar mano a mano, del significado de nuestros tattoos, de las nuevas entradas en los blogs, de un viaje a la península y otro a las islas... y todo acompañado por supuesto de la mejor música, las 1001canciones que hay que escuchar; las 1001peliculas que hay que ver antes de morir; los 1001sitios que visitar; las 1001cosas que decir; las 1001palabras que pronunciar; 1001silencios que romper; 1001secretos que guardar; 1000horas + 1 que compartir; 1001historias que contar; 1001coincidencias por descubrir; 1001libros que leer...



Aún no sé cómo viniste a dar con este rincón, pero lo que sí sé es que el tuyo ya ocupa un lugar privilegiado en esta página, no sólo por lo evidente de los guiños. Me llevas ventaja... pero es que eres más grande, y más viejo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

8.30 - Llego al trabajo. Con los ojos medio cerrados aun, me empiezo a preparar un té de cereza.

8.40 - Con el té ya en la mano, me voy a la sala de juntas (habitáculo que hace de despacho para mí en esta nave) y enciendo el portátil.

8.45 - Comienzo mi recorrido por las diferentes visitas habituales que realizo cada mañana al entrar a trabajar.

8.47 - Descubro que hay un nuevo post en tu blog :D

8.51 - Termino de leerlo y una sonrisa se dibuja en mi cara. Prometo no borrarla en todo el día.


Pd: Tu post tiene sabor y olor a cereza. Me gusta!!!!!

Anónimo dijo...

niña!me he colado en tu blog y no puedo parar de leer, será porque tu letra engancha? será porque busco excusas para no estudiar?xDD

volveré!!=)